Pues nada: haya sido más o menos provechosa, que espero que para Maliki sí, terminó ayer con un atracón de laboratorio de última hora mi estancia en tierras pretorianas. Volviendo hoy en el autobús, por la misma ruta que desandaré dentro de cuatro semanas menos un día, iba mirando distraído por la ventana mientras repasaba los bichos que me había ido tachando a lo largo de la postdoc, que podrían haber sido más, pero que no han sido pocos; el examen de conciencia me dejó con buen sabor de boca. En todo caso, de mis ensoñaciones me sacaban a cada rato los elanios comunes Elanus caeruleus, que en España veo todavía lo suficientemente poco como para que me llamen la atención, pero que aquí, y hoy en concreto, son de lo más vulgar. Hay una regla ecológica, cuyo nombre no recuerdo, que dice que en general las especies, en los límites de sus áreas de distribución (como pueda ser España para el elanio), aparecen solo en zonas con hábitats muy propicios y concretos; mientras que en el núcleo de sus áreas se dejan ver con mayor frecuencia en un rango de hábitats más laxo. Así sucedía hoy con estos bichos tan bonitos, que estaban posados a pares en postes de verjas, tendidos eléctricos e incluso en cables entre casas; me arrepiento de no haberlos ido contando, pero fácilmente pasarían de treinta (¿tantos como en toda mi vida hasta hoy, tal vez?)... Y atento a los elanios iba cuando, de repente, un poste "raro" de una verja giró la cabeza para mirarme con sus ojos muy maquillados: fue solo un segundo, pero mi primer búho moro Asio capensis me supo a gloria. Bueno fue, que un sábado de junio más siguiese tachándome bichos, para no romper la tradición. Esta especie, que como su primo el búho campestre vive en zonas abiertas, cría en el suelo y es parcialmente diurna; me gusta especialmente porque, aunque relativamente común en África al sur del Sáhara, tiene una población relicta, de apenas unas decenas, en algunas lagunas contadas del norte de Marruecos (desde donde han llegado incluso divagantes a España). Aparece pues en las guías de aves del Paleártico occidental, pero solo en una esquinita del mapa, volviéndose así una presa codiciada por todos...
Cuando ya al irse poniendo el sol dejé de ver elanios posados para verlos en vuelo (el elanio es bastant crepuscular; uno de los intentos de las rapaces diurnas por comerle la tostada a las nocturnas), los carteles de la autopista empezaron a incluir Ciudad del Cabo, a unos tentadores 999 Km de Bloemfontein, como si estuviese la ciudad de oferta. Me queda una de las tres capitales del país por ver... y casi un mes por delante. A ver.
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