Mirando hacia el valle desde la capilla de la entrada anterior, esto es lo que se veía: unas llanuras fuera de foco, y las dos peñas que flanquean el paso del tren.
O de las vías, por ser más precisos, pues el tren que antaño conectaba Bloemfontein con Durban bordeando Lesoto por el norte hace años que no está operativo. La estación me gustó mucho, abandonada y okupada a la vez.
La "peña norte". El desfiladero por el que se internaban las vías me recordó poderosamente a Pancorbo; y digo "Pancorbo", y no "Despeñaperros" u otro cualquiera de los pasos montañosos penilsulares, porque el ambiente de la zona me recordaba muchísimo al norte de Castilla: mesetas escalonadas, cultivadas o cubiertas de praderas, con breves acantilados de arenisca elevándolas poco a poco cuanto más al oeste.
Un pájaro del que os hablé cuando fuimos a Mokala, pero que no os mostré: el tejedor-gorrión cejiblanco Plocepasser mahali, del que había una pequeña colonia en unos cedros del jardín de la misión anglicana.
Y aquí veis un par de los nidos de la misma, que parecen de lejos montones de paja, pero que están en realidad trenzados con tino. Estos son nidos de los de dos aberturas, de los que usan las aves para dormir; pues los que usa para criar la única pareja dominante de cada colonia solo tienen una boca.
Más perspectivas de las peñas, y una charca también, alimentada por una fuente cercana donde la profetisa de que hablaba en la entrada anterior acudía a por agua, y donde los que peregrinan a su tumba suelen también poner velas y llenar las garrafas. Aunque lo veáis mayormente seco, la verdad es que en estas colinas se notaba que cae mucha más agua que abajo en en llano, donde las primeras tormentas primaverales animaron a crecer a las plantas que ahora están todas agostadas y agonizantes.
Aunque todavía me quedan por ver un montón de aves sudafricanas, cada vez que salgo al campo voy viendo menos aves nuevas: las que me faltan, o bien suelen ser ya de las difíciles, o de ambientes que no he visitado todavía. Me faltan por ejemplo un buen puñado de especies de las zonas altas, y a la orilla de esta charca que di de bruces con una de las que más ganas tenía de ver:
Compartiendo posadero con una garza cabecinegra Ardea melanocephala, al acecho de las criaturas de la charca, estaba un bellísimo ibis calvo Geronticus calvus, especie amenazada que solo cría en acantilados de los Drakensberg. Es la especie hermana de nuestros aún más amenazados ibis eremitas; cada una de las especies ocupando curiosamente ambos extremos del continente africano. Con este ibis completaba además una familia, tras ver todas las especies de la misma presentes en Sudáfrica y en mi guía. Los cinco tresquiornítidos (una espátula y cuatro ibis) no es que fuesen un reto inalcanzable, pero siempre gusta esta sensación de "dar carpetazo" a una página de la guía; una especie de "esta sección ya no me la tengo que mirar más"...
El paisaje de nuestro viaje, ¿es o no es castellano de corazón? Cada pocos postes de la luz, cada pocas estacas de las verjas, además, una rapaz: ¿cuáles? Ni idea. En este sentido el viaje del sábado fue una desesperación constante: ver pasar a toda velocidad más y más "ratoneros" y "cernícalos" sin poder ponerle nombre más que a uno de cada diez: solo los numerosos elanios comunes Elanus caeruleus, una inconfundible águila crestilarga Lophaetus occipitalis algo desviada de su área de distribución habitual y un grupo numeroso de cernícalos primilla Falco naumanni que parecían estar tan a sus anchas como en Tierra de Campos se quedaron bautizados en mi memoria.
Esto es, claro está, hasta que al meternos ya por carreteras secundarias pude ir dándole la lata a mis acompañantes para que parasen al menos junto a los bichos más llamativos y fáciles de ver. Pude así tacharme de una vez un bicho al que también tenía muchas ganas: el busardo augur meridional Buteo rufofuscus, aunque este jovenzuelo me dio algunos problemas para ponerle nombre, hasta que me fijé en las plumas recién mudadas, negras en el dorso y rojizas en el vientre, anticipo de su espectacular plumaje de adulto. Así en pequeñas dosis, cuando uno intenta no quemarlos demasiado parando con cada pajarillo marrón (que por ganas no fue), a la gente le acaba por hacer gracia verle a uno dar palmas con cada nuevo bicho chulo que vemos, y se acaban animando a llamar la atención sobre aquellas aves que ven ellos antes que uno...
... y fue así como metimos en la lista al último y espectacular bimbo de la jornada, un ave que se me hubiera escapado, pues apareció por el lado opuesto del coche: un secretario Sagittarius serpentarius, una extraña rapaz propia de las zonas abiertas de África que suele ser considerada una exterminadora de serpientes nata (aunque no solo se alimente de ellas), a las que despacha a pescozones.
¿Y los próximos bimbos, cuándo? ¡Qué ganas de salir al campo otra vez! Y ¡qué ganas también, ay, de coger el tren en Chamartín y atravesar de nuevo la Castilla de verdad...!