... el señor cruzó en rojo el semáforo prestando poca atención, y un motorista que venía a más velocidad de lo aconsejable casi se lo lleva por delante. "¡Subnormal!", gritó uno, "¡Gilipollas!", contestó el otro; y yo sonreí: ¡qué bien sienta estar en casa!
Dice mi hermano que Madrid en agosto se vacía y solo quedan los viejos y los locos. Una vieja loca (combo) iba hoy gritando por la calle en la misma cara de los transeúntes con los que se cruzaba: "¡Vago, que no trabajas nada!", me espetó. Y viendo que lo había clavado, me quedé pensando en el "¡pedazo de maricón!" que le había soltado al hombre que caminaba delante de mí...
¡Gente! Madrid está bastante vacía; con adverbio modificador, no como valor absoluto. Pues sigue habiendo mucha gente, ¡gente por las calles! ¡Gente paseando! Echaba mucho, muchísimo de menos pasear, ver mucha gente, relajada, por las calles; a sus quehaceres diarios. Llevo dos días obligándome a no coger el metro para hartarme de pasear, así el sol me achicharre, para ver gente, y cuanta más gente veo más sonrío.
Y sonrío aún más cuando un reclamo, tan conocido como anhelado, me hace levantar la vista al cielo: creía que, como mucho, vería algún pálido; pero Madrid está llena aún de vencejos comunes también, que otros años para el Santiago suelen haberse ido ya. Bendito regalo: me habré perdido una primavera lluviosa y espectacular como no se recordaba, pero al menos esa humedad ha retrasado la fenología de los vencejos hasta hacer que se crucen conmigo. Ellos y unas cerezas que, a precio de oro, compré y comí esta mañana, con lágrimas en los ojos, pues pensaba que por segundo año consecutivo no las iba ni a oler.
Y sonrío, sobre todo, cuando me cruzo con la gente que más estaba deseando volver a ver, que invariablemente (no sabía yo que abundaba tanto fan tapado de Waugh) citan punto por punto al verme el final de Retorno a Brideshead: "Hoy pareces mucho más contento que de costumbre".
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¡Como para no estarlo! |