martes, 31 de octubre de 2017

De laico a obispo del tirón...

 Hagamos una pausa en las entradas sobre Mokala, que no todo van a ser bichos en este blog... Entre las tareas que me ocupan estos días, está la de solicitar que se me acredite como investigador por parte de la agencia de investigación sudafricana (National Research Foundation). Más allá de lo que pueda presumir de ser un investigador acreditado de categoría 'X', lo interesante era que estas acreditaciones venían con premio (al contrario que en España las de la ANECA, que lo único que te dan son dolores de cabeza): durante los cinco años que dura la evaluación (luego caduca y hay que renovarla, otra diferencia con la ANECA), la NRF te da una cierta cantidad de dinero para investigar, según la categoría alcanzada. Y como en mi grupo andamos faltos de liquidez, pues mejor contar con dos investigadores acreditados, y no solo mi jefe. Pero sucede que parece que los criterios para acreditarse son un tanto laxos, y al olor de ese dinerillo son legión los 'investigadores' que piden acreditarse. Eso ha llevado a que de repente (de repente por falta de previsión, claro) la NRF se haya quedado sin fondos para estos complementos, de modo que justo este año han decidido suprimirlos... qué puntería tenemos. Pero bueno, yo la pido igualmente, no sea que acaben consiguiendo dinero otra vez.

Y al empezar a registrarme en el sistema, me he encontrado con mi viejo amigo el menú desplegable, y sus múltiples opciones de lo más peregrinas:

Me ha tentado la idea de inscribirme como Lord, y a ver cuánto tardaban en hacerme preguntas... Nah, ya en serio, este menú es un reflejo bastante curioso de la importancia que le dan aquí a los títulos, que vi ya casi desde el principio, cuando al ir a abrir una cuenta, al darse cuenta en el banco de que era un Dr., todo fueron gentilezas y miramientos (que no se tradujeron en más eficiencia, por otra parte...), o al ver que aquí los alumnos se dirigen siempre al profesor correspondiente con el título que toque, porque a su vez el profesor se pica si no se le llama como se le tiene que llamar... Eso por una parte; por la otra, me fastidia lo que comenté en la otra entrada: que a base de dar opciones uno acaba dejándose siempre cosas fuera. ¿Qué pasa si quiero poner Ingeniero, como se estila tanto en América? ¿Y cómo es que llego a ser Bishop sin ser antes Reverendo, o Pastor, o Ministro o algo más? Con lo fácil que sería dejar sin más un espacio a rellenar. Tiene que haber aquí detrás algún detalle sociológico guapo que no sé verbalizar...

lunes, 30 de octubre de 2017

Nidos y sus ocupantes (PNM, VIII)

 Un nido de algún tipo de termitas; no de las que cultivan hongos y a las que dediqué mis primeros esfuerzos investigadores en este país, que construyen nidos mucho mayores, sino de las que "simplemente" acumulan materia vegetal para alimentarse durante la estación seca. Entre unas y otras consumen en todo caso prácticamente tanta materia vegetal como los mamíferos herbívoros, si no más. Las de este nido, sin embargo, no acumularán ya nada más, pues como resulta evidente el nido está roto, despanzurrado lo más seguro por algún cerdo hormiguero durante una incursión nocturna, pues aunque no llegásemos a verlos según parece abundan mucho en Mokala. Normal, pues la verdad es que termiteros de estos con pinta de pequeños iglús se veían por doquier, allá donde uno mirase; comida no les falta pues ni a los oricteropos ni a los otros animales locales que se alimentan principalmente de termitas: el zorro orejudo que ya os enseñé en otra entrada y el proteles, una especie de hiena enana que me muero de ganas por ver.

Pero a mayores de los de termitas, eran los nidos de ave un elemento constante del paisaje de Mokala. Me volví en concreto muy contento del parque tras tacharme tres especies nuevas de tejedores, las tres casi exclusivas del sur de África, y las tres con curiosas costumbres reproductivas. Del tejedor-gorrión cejiblanco Plocepasser mahali en sí no tengo fotos, pero sí de sus colonias. Este bicho, de colores discretos, pero muy atractivo, forma grupos compuestos, como las manadas de lobos, de una pareja dominante, la única que se reproduce, y varios individuos subordinados, que colaboran en la crianza de los pollos de la primera. El grupo construye varios nidos, como masas de paja, colgando de las ramas de uno o varios árboles, en la cara contraria a la expuesta a los vientos dominantes. Los nidos empleados para criar tienen una única entrada, pero a mayores cada ave cuenta con un nido donde duerme a diario, y estos tienen dos accesos.

El diminuto tejedorcito escamoso Sporopipes squamifrons era una de las aves más abundantes del Parque, y sus nidos se veían por todas partes, en general a muy baja altura, a menos de un metro sobre el suelo. Son unas masas de aspecto desordenado, construidos con las briznas de hierba más finas, de modo que tienen un aspecto de lo más frágil y vaporoso. Muchas veces estos pájaros se limitan a añadir un techo de paja al nido abandonado de alguna otra especie de ave.

El nombre de "escamoso" le viene del aspecto de las plumas de la frente y de las alas: negras y bordeadas de blanco, que efectivamente le dan un aspecto de pescado. Junto con el pico rosa, los bigotes negros y el pequeño tamaño del bicho, hacen que sea muy fácil identificarlo.

Y pasamos de uno de los nidos de tejedores más endebles que hay, al que sin duda es el más masivo de todos; aunque en realidad el mérito le viene por ser un trabajo hecho en equipo: el tejedor republicano Philetairus socius construye nidos enormes, no my distintos de los de las cotorras argentinas, aunque mayores, y que albergan decenas de parejas, cada una con su pequeña cámara. Las aves, que utilizan el nido también como lugar de reposo a lo largo de todo el año, llegan a acumular varios metros cúbicos de ramas en la copa de los árboles, llegando en ocasiones a desgajarlos.

Este es el tejedor republicano, que veis en una foto tomada desde arriba, de un bicho que buscaba entre nuestros pies las migas que se nos caían al comer. También de aspecto muy "escamoso", pero bien distinto del de la especie anterior, y es además un pájaro mucho más robusto. Me hizo particular ilusión ver este bicho porque cerca de Mokala, en Kimberly, miembros de mi antiguo grupo de investigación en Dijon trabajan a menudo con estas aves, realizando multitud de estudios de fisiología y costes de reproducción en especies de vida social.

Tan sociables son estos tejedores,  que sus nidos a menudo acogen multitud de parejas de otras especies: cigüeñas y grandes rapaces pueden utilizarlos como base sobre la que construir sus propios grandes nidos, y ocupando las cámaras vacías del mismo pueden encontrarse multitud de especies que anidan en cavidades, como diversos estríldidos, inseparables, carboneros... Algunos incluso, como el diminuto halconcito africano Polihierax semitorquatus, apenas mayor que un gorrión, utilizan los nidos del tejedor de forma casi obligada.

Acabo ya con un último nido, uno de golondrina cabecirrufa Cecropis cucullata, del que se sirven para criar los vencejos cafres Apus caffer en estas latitudes casi en exclusiva, si bien en otras latitudes ocupan los nidos de otras especies de golondrina. Me hizo gracia este nido porque se ve que, tras caerse el túnel de entrada que estaba mirando hacia un lado, la pareja de golondrinas decidió construirlo mirando hacia otro. Siempre está uno a tiempo de hacer reformas en casa...

sábado, 28 de octubre de 2017

Calmando la sed (PNM, VII)

Posada dentro del propio observatorio, esta lavandera de El Cabo Motacilla capensis tan desenfocada no nos perdía ojo...

 ... y como quiera que no se quedó satisfecha mirando nuestros cogotes, dio un rodeo para terminar posándose delante y vernos de frente, dejando a su espalda mi principal fuente de interés en nuestra visita a Mokala: la que surtía de agua al abrevadero del que empecé a hablar en mi entrada de ayer.

 El magro chorro de agua atraía como un imán a multitud de avecillas que preferían beber y bañarse allí junto a la surgencia, imagino que buscando el agua más clara. Estos puntos donde, forzadas por la necesidad, las aves abandonan su cobijo entre la vegetación para acudir a beber los días de calor, son una mina para observadores y fotógrafos: una forma muy cómoda de ver especies de las que cuesta un montón tener observaciones decentes de otra manera, como este bonito macho de estrilda melba Pytilia melba.

 Un par de anteojitos del Orange Zosterops pallidus y otro de amarantas senegalesas Lagonosticta senegala, que aparecen dando la espalda, las muy maleducadas. Los primeros los veo casi cada día en Bloemfontein, y son de mis aves preferidas: muy bonitos, con su pinta de mosquiteros cabezones y maquillados, muy activos y a la vez muy confiados. Y su canto además me recuerda mucho al de las currucas capirotadas: un punto más a su favor, a pesar de que de entrada siempre me hagan dudar y arquear una ceja. Las amarantas solían verse con relativa frecuencia en las pajarerías en España antes de que la UE prohibiese la importación de aves silvestres, y alguna población introducida hay por Europa adelante.

 El tirón del bebedero atrae muchas aves de muchas especies, y en ocasiones a muchas de una, como es el caso de los queleas comunes Quelea quelea, una especie de tejedor fuertemente social que todo lo hace en grupo. Aunque el pico rojo ayuda a identificarlos con facilidad, todavía no me he quitado las ganas de ver los machos de esta especie en plumaje nupcial, cuando cogen mucho más colorido: son polimórficos, y todas las variantes me parecen bastante atractivas.

 Un azulito angoleño Uraeginthus angolensis y otra amaranta macho, ahora sí, dando la cara; aunque está a medio mudar al plumaje de cría y todavía no luce sus mejores galas.

 Y ya esta solitaria tortolita colilarga Oena capensis, macho, como la que os enseñé hace un par de entradas, nos sirve para enlazar con otras dos palomas...

... presentes en una foto de grupo. Dos tórtolas senegalesas Spilopelia senegalensis, acompañadas de más azulitos, amarantas, queleas y un precioso granadero meridional Granatina granatina. El flujo de aves bajando a beber era casi continuo, y de lo más variado; me habría quedado allí todo el fin de semana. Pena que mis compañeros de viaje no compartiesen mis ganas...

viernes, 27 de octubre de 2017

Limícolas en el limo (PNM, VI)

 ¡Vamos gente! Vamos a volver a darle vida a esto, que os aburrís vosotros, me desespero yo por no daros servicio, y entre todos se nos muere el blog... Ya que por Bloemfontein pocas novedades hay, y sobre España no me apetece (mucho) escribir, sigo con entradas sobre nuestra ya cada vez más lejana visita a Mokala, que aún me queda bastante material interesante. Interesante fue el "bird hide", para mi mente ávida de plumas lo mejor del Parque, desde luego. Era un observatorio situado junto a un punto de agua artificial, al que acudían a beber multitud de aves y de mamíferos. Las fotos de entradas anteriores de monos y nialas son de aquí, por ejemplo.

 Pero antes de meterme en faena con unas cuantas aves de paso que me encandilaron, empiezo con las que habían hecho de la charca su hábitat más o menos permanente. Empezando por las cigüeñuelas Himantopus himantopus, que en número de una veintena dominaban claramente el cotarro. Las cigüeñuelas sudafricanas son "las mismas" que las europeas: misma subespecie, misma combinación extraña de aspecto elegante y delicado y comportamiento gárrulo y pendenciero; pero tienen prácticamente todas la cabeza blanca, mientras que muchas de las nuestras (sobre todo los machos) suelen tener marcas oscuras en cabeza y/o nuca.

 De las otras especies ya sólo había ejemplares solitarios aquí y allá. Este archibebe ilustra a la perfección lo que os contaba en la entrada de los LBJ de que, me temo, estoy empezando a poner el "le saco una foto y me lo miro luego" por delante de la observación naturalística de pro. En el campo le dije a mis compañeros que mirasen "ese archibebe claro, tan bonito, que no es una cigüeñuela. Mirad qué bien se ve con el telescopio (sic, ¡encima!)...". Y no fue hasta ver las fotos en casa luego que me di cuenta de que no era un archibebe claro, sino otra especie mucho más difícil de ver en España (aunque aquí parece que es relativamente común ahora en verano): un archibebe fino Tringa stagnalis; todavía el segundo que veo. Muy elegante él, muy cigüeñueloide, no como el bruto de su pariente, mucho más robusto.

 Pero dejemos de lado la fauna migradora para centrarnos en la local, la que apetece ver al venir a estas tierras. Aunque la avefría armada Vanellus armatus ya sabéis que la tenemos en el Campus también, dando colorido a los parterres y, ahora en época de cría, atacándome entre gritos cuando al salir a correr paso cerca de algún nido. Y la verdad es que algo de miedo sí dan, no os vayáis a creer...

 Este sí era nuevo, este sí era bimbo.... es un chorlitejo tricollar Charadrius tricollaris, una especie sedentaria común en la mitad sur de África (otras dos muy similares se distribuyen una en África central y otra en Madagascar), que vive en parejitas en medios de aguas dulces. Muy gracioso, con su ojo clarito.

Y acabo ya con una foto bastante mala, pero donde se les ve a los dos: a los dos miembros de una pareja de otra especie nueva para mí: el tarro sudafricano Tadorna cana. Mientras que el macho (a la derecha) tiene siempre la cabeza gris, la de la hembra tiene una máscara clara de tamaño variable, que en ocasiones, como en la de la foto, deja de ser solo máscara y pasa a ocupar toda la cabeza, recordando entonces mucho el animal a uno de los tarros canelos que tenemos al norte del Sáhara (y en Madrid, ejem). Que a ver si voy a haber visto un "1st for SA", y yo aquí tan tranquilo...

domingo, 22 de octubre de 2017

Aves grandes y pequeñas (PNM, V)

Si os pidiese el nombre de algún ave africana... ¿os vendría a la cabeza el avestruz? Tal vez (¿que otra se os ocurre?), pero yo hago la prueba conmigo mismo y no, no es así. Será por su tamaño, la incapacidad de volar o su aspecto más "peludo" que emplumado, pero el caso es que las avestruces Struthio camelus son para mí casi más mamíferos que aves, me sorprende ligeramente encontrármelas en la guía, y me temo que tampoco me hizo especial ilusión tachármelas en el Kruger en julio. Pero oye, decepciones aparte, la verdad es que quedan bien. Y en Mokala además trasmitían una sensación mucho más "salvaje" que muchos de los mamíferos, pues mantenían siempre bastante distancia con los coches y no se dejaban ver nunca demasiado bien.

Vamos pues con unos cuantos bichos emplumados más, "de los que sí apetece tachárselos". El sisón moñudo austral Lophotis ruficrista (aunque la "ruficrista" los machos la despliegan solo raramente, al cantar) ya lo había visto también en el Kruger, pero aquí en Mokala vimos bastantes, y los vimos muy bien. Las marcas cremosas en forma de "V" del dorso son muy características de la especie. A estos no los vimos en celo...

... pero sí a los machos de otra especie de avutarda, el sisón negro aliclaro Afrotis afraoides, cuyo afónico canto se escuchaba sobre todo al caer la tarde, proveniente tanto de individuos posados como este como de otros en vuelo. Junto con estas dos aves tamaño gallina, la avutarda kori Ardeotis kori, grande como un niño, el ave capaz de volar más pesada, completaba la terna de avutardas de Mokala. Pero estas me temo que solo las vimos de lejos, en vuelo; me muero de ganas de verla en condiciones.

Vamos con otras aves de tamaño más moderado, empezando por tra que también había visto de refilón en el Kruger, pero que aquí estaba por todas partes: la tortolita rabilarga Oena capensis, una paloma diminuta que, obviando la larga cola, es apenas del tamaño de un gorrión. En la Svensson-Mullarney (esta especie vive por toda África subsahariana, pero también en Arabia y Oriente Medio; por eso la tenemos en las guías del Paleártico) la describen de hecho como parecida en vuelo a ¡un periquito!. Esta con la máscara negra es un macho; las hembras no la tienen.

Escuchando como escucho casi cada día los abejarucos europeos, y encima sin verlos prácticamente nunca, me gustó mucho poder ver sin problemas una especie típicamente africana, y además muy bonita (como todos los abejarucos, por lo demás): el abejaruco golondrina Merops hirundineus, que recibe su nombre por la cola bifurcada. Y me queda todavía un puñado de especies de abejaruco por ver en este país, especies que son migrantes intraafricanas, que descienden hasta Sudáfrica desde latitudes más ecuatoriales ahora en verano. A ver si voy teniendo suerte...

Un ibis hadada Bostrychia hagedash. De haber visto esta foto hace medio año, no creo que me hubiese trasmitido gran cosa: "un bicho no muy vistoso, pero estaría bien verlo", y poco más. Encontrarme en cambio ahora hadadas en el monte, acostumbrado como estoy a verlos en la ciudad, despertándome a gritos cada mañana, picoteando en la basura por las aceras, se me hizo de lo más raro; casi como si hubiese visto una paloma o un gorrión.

Gorriones vimos también, vaya: gorriones de El Cabo Passer melanurus, la especie "urbana" propia del sur de África, que comparte espacio en las ciudades de aquí con los gorriones comunes, exóticos. Un bicho muy bonito, ligeramente más grande que el nuestro y que suele construir los nidos, además de al amparo de edificios y así, también directamente en los árboles (unas masas de paja y basura que dejan bastante que desear en cuanto a arquitectura), cosa que los gorriones comunes casi nunca hacen.

Un avión isabelino meridional Ptyonoprogne fuligula, una especie de golondrina que también veo a diario en Bloemfontein, muy similar por lo demás a su primo carnal paleártico, el avión roquero. Al igual que me pasa con los abejarucos, hay en Sudáfrica muchas especies de golondrinas que vienen sobre todo ahora en verano y que tengo muchas ganas de ver. Y he visto "algunas", ero al no tener el ojo hecho aún, y ser estas en general tan ágiles en el aire, me está costando horrores intentar identificarlas.

No me costó en cambio identificar al serín amarillo Crithagra flaviventris, del que también os hablaba no hace mucho. La verdad es que, entre tanto LBJ, muchos más de los que detallaba en la entrada anterior, se agradece dar de vez en cuando con un bicho así más coloreado.

Y acabo esta entrada con un bimbo más, una especie que no pensaba sumar en el parque semidesértico al que íbamos, pero quiso Dios que en una charca de mala muerte junto al camino (charco, casi) nos topásemos con un par de ánades piquirrojos Anas erythrorhyncha. Os enlazo una foto en la que se les ve mejor el pico rojo, y os emplazo a la siguiente entrada, donde también tocará hablar de aves acuáticas: de las muchas que había en (¿el?) otro charco del Parque.

viernes, 20 de octubre de 2017

LBJ (PNM, IV)

 Esta foto resume, de manera bastante fiable, cómo son la mayoría de mis observaciones de aves en este país: un lejano punto marrón entre las ramas. ¿Os atrevéis a ponerle nombre y apellidos?

 ¿Y ahora? Bueno, sigue siendo bastante fastidiado, pero con un poco de fe (más o menos la de Indiana Jones en la segunda de las pruebas) me creeréis si os digo que (creo que) es una alondra leonada Calendulauda africanoides. Bueno, leonada es, y un aire un poco a una calandria sí se da, así que ¿por qué no?

 El día de mi fiesta sorpresa de despedida, antes de mudarme al norte, me hicisteis un regalo que os había dicho muchas veces que ni quería ni necesitaba: una cámara 'bridge', una de esas que ocultan en un cuerpo de réflex unas tripas de compacta (vamos, el mismo timo que los SUV), compensando al menos la falta de calidad óptica que justifique el precio a base de meter una burrada de aumentos... lo que, para los naturalistas 'prácticos', nos ha supuesto una bendición, así que ya va siendo hora de que me disculpe públicamente por mis reticencias pasadas, y de que os dé de nuevo las gracias.
Con lo de 'naturalista práctico' me refiero al que busca contar con la imagen como una herramienta de identificación, más que como un objeto artístico. Ya veis pues que la calidad de las fotos que os pongo en esta entrada no es muy grande, pero a mí me resulta más que suficiente para, partiendo del desconocimiento previo del ¿90%? de la fauna alada sudafricana, ser capaz de identificar sin demasiados problemas, si la observación es medianamente decente, las especies menos complicadas, como este papamoscas del Marico Bradornis mariquensis.

 Pero otras... ¡ay, amigo! Incluso con fotos decentes, son muy difíciles de identificar. Y entra en juego aquí mi segunda posesión más preciada aquí en Sudáfrica, en lo tocante a las identificaciones complicadas de pajarillos: el Chamberlain's LBJ, uno de los mejores libros de pájaros que he visto nunca, escrito e ilustrado por Faansie Peacock, que además, por correo al menos, ha resultado ser un chaval de lo más simpático. No solo es que las ilustraciones estén a años luz de las de cualquier otra guía de aves de la zona, sino que el hombre se ha currado (a costa de terminar con un libro poco "llevable al campo", cierto es) unos textos de descripción de las especies, de sus voces, de sus hábitos y de su historia natural la mar de vivos, que es un gusto leer, casi como una novela. Y gracias a él me atrevo a intuir que este bichejo de la foto es un bisbita del Vaal Anthus vaalensis, aunque hay un puñado de bisbitas en este bendito país que se parecen tanto, pero tanto, que no las tengo todas conmigo...

 Una alondra sabota Calendulauda sabota ("sabota" es alondra en setsuana, una de nuestras 11 lenguas oficiales). Y no os penséis que, aunque la foto es buena, no me costó un poco identificarla... Esto de las fotos tiene su parte mala, que yo ya veía con un poco de pena y un puntito de desprecio en mis compañeros de campo, y que ahora veo con sensaciones negativas aún mayores en mí (ya me lamenté por lo mismo en otra entrada): el vicio de preocuparse más por sacar fotos suficientemente buenas, con la idea de "ya luego miraré con la guía qué es", que por atender de verdad con los prismáticos a cómo es el bicho, qué hace y qué sonidos emite; a identificarlo como Dios manda, vaya. También es verdad que, de haber actuado así, de haberme propuesto utilizar solo los prismáticos y el resto de mis sentidos, me habría venido de Mokala con muchas menos especies... si es que, teniendo el tiempo limitado (mane, tekel, fares!), no se puede querer nadar y guardar la ropa: pretender ser un naturalista de pro y uno con la lista muy larga.

Menos mal que algunos se dejaron ver mucho y bien, y que además se parecían lo suficiente a sus equivalentes españoles como para que pudiese darme el gusto de identificarlos sin dudar a la primera, como es el caso con este alzacola del Kalahari Cercotrichas paena. Y eso que todavía me falta el peninsular... Ya sé que la foto es mala; tengo otras mejores, que el bicho se portó bien. Pero esta es la única que tengo en la que se ve bien de dónde le viene el nombre...

Termino ya esta entrada dedicada a los LBJ con otra especie que me hizo mucha ilusión ver, por los mismos motivos que el alzacola, y porque además sus parientes ibéricos me tocan la patata, pues es una curruca: una curruca azulada Sylvia subcoerulea. Una de las dos que crían en Sudáfrica, a las que se suman en invierno varias especies europeas. No pierdo la esperanza de ver alguna capirota cuando menos me lo espere...

miércoles, 18 de octubre de 2017

Y más pelo aún (PNM, III)

Perdón por el abandono de estos días, que han sido unas tardes un tanto liosas... Tras despachar ya los diversos antílopes que vimos en Mokala, vamos con otros bichos con pelo del parque, que no fueron pocos. Y empiezo con una cebra de llanura Equus quagga, que igual os parece algo extraña, tan marrón, y de rayas difuminadas hacia la grupa... tiene su explicación: hasta que cazaron los últimos en la segunda mitad del S. XIX, estas zonas herbosas del sur de África contaban con su cebra propia, el quagga, de cuerpo mayormente pardo y rayas solo en la porción anterior del cuerpo, que compartía espacio con el ligeramente más afortunado ñu de cola blanca. Trascurrido un siglo tras la desaparición de los quaggas, y a rebufo de proyectos similares que intentan recrear los antepasados silvestres de vacas y caballos en Europa, surgió el "Proyecto Quagga", una iniciativa para, a base de realizar cruces selectivos de cebras con más pardo de lo habitual, buscar obtener ejemplares que recordasen a los desaparecidos quaggas, con los que repoblar de una forma más "natural" las reservas del sur de este país. El proyecto sigue su curso y se van obteniendo ejemplares de aspecto variable, aunque incluso los que tienen menos rayas presentan un tono leonado claro bastante distinto para mí del pardo más oscuro de las pieles de quagga que se conservan.

Varias de las cebras de Mokala proceden de ejemplares de dicho proyecto, pero uno se pregunta si el esfuerzo merece la pena, visto que en este parque hay también cebras "normales" que se cruzan con las otras, de modo que se ve toda una mezcolanza en lo que al pardo y la cantidad de rayas se refiere. Por no hablar de que un quagga no es (solo) "una cebra marrón": el resto de adaptaciones que tuviesen esos animales (por ejemplo mudar el pelo por una capa más densa en invierno, que no poseen las otras cebras, de ambientes más templados) se perdieron para siempre.

Bueno, vamos con otro animal, o mejor dicho con nuestros intentos no muy fructíferos por verlo: el rinoceronte. Cualquiera de los dos, vaya, blancos o negros, que aparentemente de los dos hay en este parque. A Joaquín y a mí el tema de los Big Five nos da bastante igual, pero por buscar que nuestros dos compañeros de viaje se llevasen algún bicho mítico a la boca, echamos bastante tiempo buscando por el parque algún rinoceronte o búfalo, los dos integrantes de la boy band presentes en Mokala. Y encontramos bastantes excrementos, y rastros en el barro de los caminos, como estos de tres dedos, casi dinosauriformes, de los rinocerontes; pero búfalos no vimos ni el primero...

... y rinocerontes a punto estuvimos de no verlos tampoco (ni jirafas), hasta que el último día decidimos sacrificar el ir a ver la cercana Kimberley por echar el rato en las carreteras del parque que nos quedaban más lejos del campamento. Y allí nos encontramos a este grandullón, rebozado en polvo rojizo y escapando del sol de mediodía a la sombra de unas acacias, y como veis enormemente preocupado ante nuestra presencia.

Es una gozada, esto de que los animales no se alarmen al detenerse los coches de los visitantes. Aunque la verdad con los facóqueros Phacochoerus africanus, aunque abundantes, no tuvimos tanta suerte, pues volvían grupas y salían por patas, con la cola ridículamente tiesa en vertical, si les prestabas demasiada atención. Solo este nos dejó sacarle fotos de cerca.

Los que no se alarmaban mucho eran los componentes de este grupo de monos verdes, Chlorocebus pygerythrus, que descansaban el doming en el mismo lugar donde el sábado bebían los nialas de la entrada anterior. Y es una pena que no tuviesen mucho de qué asustarse, porque estos monos han adquirido cierta fama en los documentales (aparte de por cierto detalle anatómico lleno de color) por su especie de lenguaje primitivo: el uso de diferentes tipos de vocalizaciones para codificar diferentes tipos de amenazas por parte de depredadores, y escapar hacia los árboles o no en consonancia.

Pasamos de un grupo de monos, a uno de animales muy monos: unas ardillas de tierra sudafricanas Xerus inauris, bastante parecidas a las ardillas morunas asilvestradas por toda Fuerteventura. No son el único roedor bípedo del parque, pues nos apuntamos también a hacer desde el campamento una salida nocturna en un coche con focos para intentar ver cerdos hormigueros o algún felino; y con eso no tuvimos suerte, pero sí me sirvió para tacharme el chotacabras carirrojo Caprimulgus rufigena y un bicho la mar de raro y molón, la liebre saltadora Pedetes capensis. Que no es una liebre, sino un roedor de un grupo africano la mar de raro, del que casi todas las especies que se conocen son fósiles, salvo este bichejo y un grupo de ardillas voladoras de lo más feas.

Otra ardilla aquí, dando buena cuenta de los restos de alguna barbacoa. No hay muchas especies de depredadores en Mokala, la verdad, y ninguna grande, como ya os dije; pero sí hay uno, del tamaño de estas ardillas y que de hecho suele compartir madriguera con ellas...

... y que goza además de amplio favor popular: el suricato Suricata suricatta. Solo vimos un grupo de ellos, aunque bastante numeroso: cruzaron corriendo la carretera todos a una, delante de nosotros, y después se pararon, miraron hacia atrás, se dieron la vuelta y volvieron todos a la carrera por donde habían venido; como si los veinte se hubiesen dejado el gas abierto en casa. La verdad es que muy listos no nos parecieron...

Un bicho encantador: el zorro orejudo Otocyon megalotis, del tamaño de un zorro europeo, máscara como de mapache y esas grandes orejas que les sirven para localizar por el oído los pequeños animales de que se alimentan, sobre todo termitas. Suponemos que estos dos, que vimos muy bien (aunque poco tiempo), a pesar de la foto, eran Sr. y Sra., pues estos bichos se emparejan de por vida.

Y acabo ya con el que, codo con codo con el caracal, es el mayor depredador de Mokala: el chacal de lomo negro Canis mesomelas, del tamaño de un perro mediano; de Brego, mismamente. Según nos contaron al principio había también hienas pardas, pero los dueños de los cotos de caza aledaños al parque se quejaron y las sacaron del mismo. Curiosa gestión la de los espacios naturales de este país, ya os digo... Vimos solo un par de chacales, que se mostraron bastante confiados, cosa rara en un bicho en general considerado alimaña y al que se persigue mucho. Pero se le ve en la cara a este, que sabe que es allí el que corta el bacalao. Ya veremos cuando, como nos dijeron, se decidan a soltar guepardos en el parque...