jueves, 30 de noviembre de 2017

El Pancorbo sudafricano

Mirando hacia el valle desde la capilla de la entrada anterior, esto es lo que se veía: unas llanuras fuera de foco, y las dos peñas que flanquean el paso del tren.

O de las vías, por ser más precisos, pues el tren que antaño conectaba Bloemfontein con Durban bordeando Lesoto por el norte hace años que no está operativo. La estación me gustó mucho, abandonada y okupada a la vez.

La "peña norte". El desfiladero por el que se internaban las vías me recordó poderosamente a Pancorbo; y digo "Pancorbo", y no "Despeñaperros" u otro cualquiera de los pasos montañosos penilsulares, porque el ambiente de la zona me recordaba muchísimo al norte de Castilla: mesetas escalonadas, cultivadas o cubiertas de praderas, con breves acantilados de arenisca elevándolas poco a poco cuanto más al oeste.

Un pájaro del que os hablé cuando fuimos a Mokala, pero que no os mostré: el tejedor-gorrión cejiblanco Plocepasser mahali, del que había una pequeña colonia en unos cedros del jardín de la misión anglicana.

Y aquí veis un par de los nidos de la misma, que parecen de lejos montones de paja, pero que están en realidad trenzados con tino. Estos son nidos de los de dos aberturas, de los que usan las aves para dormir; pues los que usa para criar la única pareja dominante de cada colonia solo tienen una boca.

Más perspectivas de las peñas, y una charca también, alimentada por una fuente cercana donde la profetisa de que hablaba en la entrada anterior acudía a por agua, y donde los que peregrinan a su tumba suelen también poner velas y llenar las garrafas. Aunque lo veáis mayormente seco, la verdad es que en estas colinas se notaba que cae mucha más agua que abajo en en llano, donde las primeras tormentas primaverales animaron a crecer a las plantas que ahora están todas agostadas y agonizantes.

Aunque todavía me quedan por ver un montón de aves sudafricanas, cada vez que salgo al campo voy viendo menos aves nuevas: las que me faltan, o bien suelen ser ya de las difíciles, o de ambientes que no he visitado todavía. Me faltan por ejemplo un buen puñado de especies de las zonas altas, y a la orilla de esta charca que di de bruces con una de las que más ganas tenía de ver:

Compartiendo posadero con una garza cabecinegra Ardea melanocephala, al acecho de las criaturas de la charca, estaba un bellísimo ibis calvo Geronticus calvus, especie amenazada que solo cría en acantilados de los Drakensberg. Es la especie hermana de nuestros aún más amenazados ibis eremitas; cada una de las especies ocupando curiosamente ambos extremos del continente africano. Con este ibis completaba además una familia, tras ver todas las especies de la misma presentes en Sudáfrica y en mi guía. Los cinco tresquiornítidos (una espátula y cuatro ibis) no es que fuesen un reto inalcanzable, pero siempre gusta esta sensación de "dar carpetazo" a una página de la guía; una especie de "esta sección ya no me la tengo que mirar más"...

El paisaje de nuestro viaje, ¿es o no es castellano de corazón? Cada pocos postes de la luz, cada pocas estacas de las verjas, además, una rapaz: ¿cuáles? Ni idea. En este sentido el viaje del sábado fue una desesperación constante: ver pasar a toda velocidad más y más "ratoneros" y "cernícalos" sin poder ponerle nombre más que a uno de cada diez: solo los numerosos elanios comunes Elanus caeruleus, una inconfundible águila crestilarga Lophaetus occipitalis algo desviada de su área de distribución habitual y un grupo numeroso de cernícalos primilla Falco naumanni que parecían estar tan a sus anchas como en Tierra de Campos se quedaron bautizados en mi memoria.

Esto es, claro está, hasta que al meternos ya por carreteras secundarias pude ir dándole la lata a mis acompañantes para que parasen al menos junto a los bichos más llamativos y fáciles de ver. Pude así tacharme de una vez un bicho al que también tenía muchas ganas: el busardo augur meridional Buteo rufofuscus, aunque este jovenzuelo me dio algunos problemas para ponerle nombre, hasta que me fijé en las plumas recién mudadas, negras en el dorso y rojizas en el vientre, anticipo de su espectacular plumaje de adulto. Así en pequeñas dosis, cuando uno intenta no quemarlos demasiado parando con cada pajarillo marrón (que por ganas no fue), a la gente le acaba por hacer gracia verle a uno dar palmas con cada nuevo bicho chulo que vemos, y se acaban animando a llamar la atención sobre aquellas aves que ven ellos antes que uno...

... y fue así como metimos en la lista al último y espectacular bimbo de la jornada, un ave que se me hubiera escapado, pues apareció por el lado opuesto del coche: un secretario Sagittarius serpentarius, una extraña rapaz propia de las zonas abiertas de África que suele ser considerada una exterminadora de serpientes nata (aunque no solo se alimente de ellas), a las que despacha a pescozones.

¿Y los próximos bimbos, cuándo? ¡Qué ganas de salir al campo otra vez! Y ¡qué ganas también, ay, de coger el tren en Chamartín y atravesar de nuevo la Castilla de verdad...!

martes, 28 de noviembre de 2017

El paso del tiempo

 Por Modderpoort (el "puerto -paso- de barro"; Lekhalong la Bo Tau en soto, el "puerto de los leones") hace tiempo que ya no pasan ni trenes ni fieras, sino solo él mismo. Pero fuimos allí a pasar el sábado cuatro postdocs, para que los pocos habitantes del entorno pudieran decir que aquel fin de semana sí había pasado algo.

 En este paraje a dos horas al este de Bloemfontein, encaramado ya en las laderas menos riscosas del Drakensberg y a un tiro de piedra de la frontera con Lesoto visitamos primero una pequeña gruta que había visto trascurrir por sus estrechas paredes buena parte de la historia reciente de la región: aquí se refugió Mantsopa, hermana del primer rey de lo que ahora es Lesoto, cuando su fama como profetisa empezó a alarmar a su hermano, temeroso de que le saliese una contrincante política en casa. En esta gruta acogió Mantsopa, recién bautizada, a un puñado de monjes agustinos anglicanos enviados a establecer una misión por el primer obispo de Bloemfontein nada más finalizar las guerras entre el Estado Libre de Orange y Basutolandia, recién proclamada protectorado británico.

 Los monjes establecieron junto a la cueva una misión algo más decente, que fue medrando a la par que una nueva sociedad misionera anglicana se hacía cargo de ella, para pasar a ser hoy un centro de convenciones o de banquetes de bodas. Pero todo esto lo visitamos los cuatro postdocs sin ver un alma, acompañados únicamente por una perrilla muy maja que se acercó al aparcar nuestro solitario coche en el recinto.

 Más tarde encontramos ya quien nos enseñase un poco más en profundidad el lugar, dejándose arrancar con tenazas algo de información imprecisa sobre la zona.

 Salvando las distancias (geográficas y económicas, que no temporales) las vidrieras, encargadas y elaboradas en Inglaterra, me recordaron un tanto a las que estaba poniendo estos días Ángel en su blog de la catedral oxoniense de Christ Church; él también, como yo, alargando en el tiempo los relatos de viajes que fueron breves, pero que dan para mucho.

 Pero toda esta parte de la historia contemporánea de Sudáfrica nos la encontramos un poco de refilón, pues lo que en realidad habíamos venido a ver eran otras pinturas un tantico más antiguas: las que habían dejado en unos extraplomos de la ladera tras la iglesia los san, los habitantes originales de esta región de África.

 Las pinturas de elands, ganado y personas, más o menos maltratadas por el paso de los años, tampoco habían recibido mejor consideración por parte de los descendientes/sucesores de los pintores paleolíticos, que no se habían cortado a la hora de añadir sus "yo estuve aquí" un poco por todas partes... aunque quién sabe: igual dentro de otros miles de años alguien hace una tesis sobre las pintadas hechas sobre las pinturas...

Y con este "negativo" (figuras blancas sobre piedra enhollinada, en vez de rojas sobre piedra clara) cierro la entrada. La siguiente ya para animales un poco más animados que estos de dibujos...

viernes, 24 de noviembre de 2017

Dolores se llamaba Ana (Back to Kruger, I)

 No fue en un pueblo con mar, sino en un parque con fieras, y por eso tocaba distinta canción: estando yo enmimismado en el laboratorio, fijando los frotis que habíamos estado haciendo durante la mañana, de repente me di cuenta de que del laboratorio vecino salía una música de lo más familiar; y sin encomendarme a Dios ni al diablo entré y, mientras Yosi nos recordaba lo mal que se vive cuando vales cuanto tienes, le pregunté a la menos morena de las dos chicas que había dentro si "¿eres de Orense?" "...... no. De Pontevedra...... ¡Hola!"

Y así me encontré con Ana, postdoc establecida en Ciudad del Cabo, en medio del Kruger.

 Parque al que volvimos, cuatro meses más tarde, para seguir trabajando principalmente en el máster de Mariska. Para eso y para que dos estudiantes del departamento de Virología cogiesen también muestras de sangre de ave en las que ensayar métodos de detección de flavivirus. Apenas una semana (menos: cinco días reales en el Parque) en la que no nos hemos movido mucho, pues la hemos pasado capturando aves por la mañana, procesando luego las muestras en los laboratorios de los servicios científicos de Skukuza (la "capital" del Kruger), e intentando descansar algo luego, fatigados más por el calor que por la actividad física...

Una semana digo en la que, como no nos hemos movido mucho, pues tampoco hemos visto ni de lejos tanto bicho distinto como en julio. Con todo y con eso, "si Mahoma..." etc, y animales como este precioso macho de niala Tragelaphus angasii se acercaban a echarnos un ojo hasta la verja misma del campamento. Y alguno más que ya os iré enseñando estos días; no os preocupéis, que vengo con fotos suficientes para unas cuantas entradas. A ver si saco tiempo de editarlas y de escribirlas...

jueves, 16 de noviembre de 2017

Y más elefantes: The infamous Big Five

 No pensaba escribir esta entrada, pero, en cierto modo, "ya la tenía escrita"... resulta que el Departamento edita una pequeña revistilla bianual, con historias escritas por alumnos y profesores sobre las excursiones, el trabajo de campo, los congresos a los que ha ido la gente y cosas así. Nos pidieron a Joaquín y a mí que colaborásemos en el último número, repartido ayer, y escribí acerca de un suceso que ya os había comentado aquí (y que no es que me muera de ganas de revivir, la verdad), aunque más por extenso. Así que como cuando esto se publique yo volveré a estar en el Kruger pues os pego el texto aquí, y así practicáis inglés...

Half a year after my arrival to South Africa, I still hear regularly the question ‘so why did you choose to come here?’ My honest answer is invariably ‘well… I didn’t have that many options’. Competition for research and academic positions is fierce all around the globe, yes, and I wouldn’t have said ‘no’ to a secured postdoc position, even if accepting it meant leaving everything I cherish behind… Notwithstanding that, it is also true that, for somebody who enjoys nature and outdooring as I do, South Africa is truly a blessed place, crammed with habitats and species to be found nowhere else in the World.

My first real experience out in the veld came when we left for fieldwork in Kruger last July. I was anxiously waiting it, as nervous as a child on Christmas Eve, but altogether I was also quite worried. I have never been particularly brave, and since I knew that, to settle Klinette’s camera traps, we would have to go out of the car and walk up to the waterholes, the perspective of becoming the main course of a lion pride was for me an unnerving one. At any rate, my first hours in that World-renowned Park went by in pure joy: all those birds that I had countless times dreamt on seeing were finally there, in front of my eyes. Every time the car stopped for my fellows to look at a black rhino, a roan antelope, a king cheetah or any of those drab, absurdly furry creatures; I had the occasion to admire through the opposite window the countless myriad of little, brown birds we birdwatchers love so passionately…

The moment finally came when we stepped out of the car at the first waterhole: Mdu all dressed up as a ranger, the rifle all set; and Mariska, Klinette and I following closely behind. Whilst Mdu kept a vigilant eye on the surroundings and the girls set up the camera trap and took some measurements of water quality, I kept myself busy trying not to faint out of fear. Everything went well, though, and soon we were back in the bakkie and heading to the next waterhole. But then, there they were, the (in)famous Big 5: five elephant bulls lounged next to the pan, while a herd of impalas stood around them, looking to the water with thirsty eyes but altogether keeping a respectful distance. 


Well, that’s it, we’ll have to wait till they decide to leave…’, I naively told to myself. Indeed the conversation inside the car revolved around that idea, while I kept myself busy trying to get a good shot of a Southern grey-headed sparrow. Several tourist cars came and went, stopping to take a quick look at the magnificent beasts and to exchange information about lion sightings. However, a few minutes later I realized with growing horror that my beloved boss started to look ominously impatient… ‘OK… they look like they’re gonna spend the whole day here. But they’re all just males and they’re not even drinking anymore, so once this get freed of people we’ll go out and chase them away…’ I heard him saying that, but I didn’t want to believe my ears. Eventually, all cars but one left the place and, to my great dismay, Mdu went out to talk with the lingerer ones. He came back at once saying that, after told them that ‘sorry to disturb, but we have to go out of the car and chase those elephants away for scientific purposes’, those people told him that it was ok, that they’ll be pleased to record everything it might happen, just in case, as you never know when you’ll have the chance to crack YouToube with a new ‘Battle at Kruger’ blockbuster… The little hope I harboured that it was all a sad joke vanished when, resolutely, Mdu told us to brace ourselves and to follow him some steps behind. I briefly looked up to Heaven and thought that indeed it was a sad joke that, me working with pathogens, my death was about to become viral… Off behind Mdu we went, me looking over my shoulder at the half-opened door of the car, calculating how fast would I be able to make it back… The impalas flew off and the elephants, now looking bigger and more imposing than ever, became aware of our approaching presence and stop playing around to stare at us. All of a sudden, my boss started clapping hands and yelling, scaring the s*** out of them and me all at once. Before I had time to put myself together and run off, I saw incredulously how the five brutes turned around and flee, trumpeting deafeningly… Mdu turned toward us, smiled, and we resumed our trek to the pan, set the camera and went back to the car.

And here I am, some months later, looking forward to go back to the Park. I know now that I have a boss who knows his stuff, and that I’m able to keep a cool head in this sort of predicaments… although I could happily do without them. Incidentally, the girls say that, during the whole episode, I could not help but swearing in Spanish rather rudely… I do not know about that, but I highly doubt it. My mother says I am a well-mannered child…

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Elefantes en la pantalla

 ... aunque la pantalla mucho no la veáis, claro. Antes de que volvamos mañana al campo y os abandone unos días, tocaba hoy darle un poco la chapa al personal... a mí y a muchos estudiantes más, pues de eso iba el asunto: dos días de seminarios en los que todo el Departamento atiende a cómo los estudiantes de Grado y Máster exponen sus proyectos finales, y en los que los "estudiantes" mayores, de doctorado y postdoc, contamos a qué nos estamos dedicando. Cerré la sesión de hoy exponiendo nuestros resultados sobre aquellos elefantes señoritos a los que no les gustaba beber agua sucia, de los que os hablé hace un par de meses. Y bueno, aún no me suelto con el inglés, pero no fue mal, y yo siempre disfruto con estos asuntos... aunque por algún motivo ni Joaquín ni yo optábamos al premio a la mejor charla. Ya se ve que "estudiantes" sí, pero para lo que conviene.



martes, 14 de noviembre de 2017

Un domingo de bota-nico (y II)

Además de patear un poco monte arriba y abajo por el Botánico, como os contaba ayer, el domingo también pateamos un rato a la orilla del pequeño embalse del jardín, que mucha agua no tenía...

"Pateamos" en sentido literal, quiero decir: nos pusimos a ver aves acuáticas. Había un grupo bastante majo de suiririríes cariblancos Dendrocygna viduata, una especie propia de las zonas tropicales de América y África relativamente común en los estanques de patos de los parques, pero que me tachaba yo en libertad. Muchas de las aves acuáticas en medios tropicales se desplazan mucho, pero no realizando migraciones regulares norte-sur como las de latitudes templadas, sino de forma un tanto errática, nomádica, buscando zonas donde haya agua abundante donde alimentarse y poder criar, de forma un tanto independiente de los meses del año. El nombre de suiriríes de estos patos es onomatopéyico.

Un cormorán pigmeo africano Microcarbo africanus, adormilado al sol. La cara pelada y rojiza que se les pone en verano más parece de tiñoso que de adorno nupcial, la verdad...

Y una focha moruna Fulica cristata en su gran nido de vegetación semiflotante. Otras parejas se movían por la orilla ya con sus pollos, y otras estaban peleándose para establecer un territorio donde empezar a criar: descontrol tropical, lo que os decía.

Y entre tanta ave acuática, los había que solo bajaban a beber, como este zorzal del Karoo Turdus smithi, que no puede negar sus afinidades mirloides. La verdad es que me gustan mucho todos los pájaros del género Turdus, los zorzales y mirlos. Morfológicamente me parecen todos idénticos, cortados por el mismo patrón; pero luego van cambiando los colores de picos, patas y plumas, y normalmente no de forma gradual, sino a base de manchas, de marcas bien definidas, hasta sumar ¿82 especies, creo que son? Para mí son una especie de "Señor Patata" de las aves, mucho más que otros tantos géneros con especies muy parecidas, pero done la variación entre las mismas yo la veo más gradual.

A beber fuimos nosotros también, hartos de tanto sol, y nos encontramos con que el restaurante del Botánico resulta que organiza comidas de buffet los domingos que parecen ser muy populares entre la sociedad (blanca...) de Bloemfontein; suerte que nos hicimos con la última mesa.

Brujuleando en torno a las mesas y a los parterres recién escardados había unos cuantos obispos rojos Euplectes orix, los que os dije que me había tachado el domingo pasado. Y pude sacarles algunas fotos, pero solo a las hembras, me temo; ya caerán los machos algún día de estos... seguramente cuando ya se les haya pasado el arroz y luzcan de nuevo como las hembras, ese es mi sino...

Y termino ya con otros qe, en este desbarajuste reproductor meridional, estaban ya atendiendo a sus pollos (el de arriba, más chocolate que negro): unos alcaudones fiscales Lanius collaris, de los que ya os he enseñado aquí también. Ea, y el próximo campo ya a la vuelta de la esquina, y en un jardín algo más grande...

lunes, 13 de noviembre de 2017

Un domingo de bota-nico (I)

Ayer por la mañana, a falta de una salida al campo más espléndida, subimos Juan, Joaquín y yo, con Duygu y Christina, a dar una vuelta por el Botánico. Ya vais viendo que nos movemos, cosa curiosa, con varios investigadores del "departamento de lingüística" (no sé cómo se llama de verdad, lo siento:esta Christina es de hecho la directora del departamento, pero contrariamente a lo que sucedería en muchas otras partes, no es una catedrática bien asentada, sino que, teniendo más o menos nuestra edad, el puesto de trabajo que solicitó venía con esa carga, la de ser directora; ya se ve que para la mayor parte del mundo (para todos los que lo intentan hacer bien, me atrevería a decir), es más una carga que un cargo, y una de la que escapar en la medida de lo posible.

Recordaréis mi otra visita al Botánico, con los alumnos de Zonas Áridas (aquí, y aquí): nada más llegar nos pusimos a recorrer la senda que bordea el contorno del jardín, subiendo y bajando la ladera, antes de que apretase demasiado el sol (sin mucho éxito, pues caía de lo lindo ya). Todo lucía aún seco; de hecho más que cuando vinimos, pues ya se habían pasado las flores de los aloes y de otras especies que medran en el límite entre el invierno y la primavera. Los árboles repollo Cussonia paniculata al menos sí estaban en pleno crecimiento, salpicando aquí y allá el monte con sus penachos de hojas glaucas.

Pasamos por alguna zona que no había visitado aún, como un espacio abierto de pradera; muy seca también, pero a ver si algo más adelante luce florida, y si se deja ver algún pajarillo interesante...

O alguna otra especie de tortuga. Parece mentira: ver una tortuga de tierra en España me haría dar palmas con las orejas, igual que hice al ver en el Kruger mi primera tortuga leopardo Stigmochelys pardalis; pero la verdad es que cuando dicen los libros y la gente que esta especie es común en Sudáfrica, es porque lo es realmente...

El arroyuelo casi seco que alimenta las aguas del mermado embalse del Jardín no se veía apeas, cubierto de espadañas y carrizos. Pero es justo en este tipo de ambiente sudafricano: los arroyos con carrizales y bosque galería de acacias y karees, en zonas por lo demás áridas, donde vive un pájaro que para nada esperaba tacharme ayer; tanto menos en cuanto que es de los discretos (siendo generosos con su plumaje)...

... pero resultó que la prinia namaqua Phragmacia substriata tenía un canto simple y muy distintivo, que ayudó mucho en el proceso de ponerle nombre. Lo de "Phragmacia" es un portmanteau de los géneros Phragmites (los carrizos) + Acacia, indicando como os he dicho el hábitat que le gusta.

Y bueno, ya que a un jardín botánico fuimos, pues habrá que poner alguna foto de plantas, ¿no? Una Grewia occidentalis, "crossberry" ("bayas en cruz"), un arbusto medianejo de flores suficientemente reconocibles a pesar de que, ejem, la planta no tenía cartelito... no se puede decir que se lo pongan a uno muy fácil, no.

viernes, 10 de noviembre de 2017

El cazador cazado, o el parasitólogo parasitado

Bueno... parece que se cuece otro muestreo, ¿no? En menos de una semana volvemos al Kruger, a coger pajarillos... o eso creo; la verdad es que mi jefe es algo caótico, y no tengo muy claro ni cómo vamos a ir, ni muy bien a hacer qué. Pero ir, anirem; y si no cogemos pájaros, espero al menos sí ver/fotografiar/y sobre todo tacharme muchos. Y por otra parte, lo que espero no coger, es malaria: estamos ahora camino del verano, la época cálida y húmeda en la que los mosquitos se crían como moscas; y el Kruger está lo suficientemente al norte como para que ser zona potencialmente peligrosa. De modo que aunque al haber en el parque mayormente turistas bien saneados el riesgo de trasmisión no es mucho, yo voy preparado con mi profilaxis: pastillas para tomar cada día antes, durante y después del viaje que maten los bichillos que algún mosquito pueda escupirme dentro. Aunque no os negaré que, tras casi diez años viviendo (profesionalmente) de estos bichos, como que me da pena no devolverles ahora el favor. Por no hablar del caché que da decir eso de "... y ahí fue la primera vez que tuve malaria...", que te hace parecer lo menos un De la Quadra-Salcedo....

En fin, pero las pastillas las compré, al menos esta vez. Y fue gracioso: la farmacia a la que fui estaba dentro de una droguería grande, y en el mostrador en sí no tenían cajas registradoras. Tenías pues que ir a pagar a las cajas centrales, junto a la puerta, y para evitar que te entrase la tentación de salir corriendo con las pastillas...

... pues te las encerraban en una jaulita así como de ir a capturar topillos. Qué país más absurdo a veces, y qué mono.

jueves, 9 de noviembre de 2017

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Gardar as pitas

Echaba humo a primeros de mes el grupo de whatsapp familiar con imágenes de tumbas recién adecentadas; y claro, me puse morriñento... Lo curioso es que me dio por pensar en una cosa bien concreta: en gallinas en el armario. Y no queráis leerlo con malicia, que lo digo en sentido literal: de pequeño en la aldea "gardar (y sacar) as pitas", esto es "meter las gallinas", era para mí uno de los puntos álgidos del día, el que me fastidiaba mucho que mis abuelos hiciesen sin avisarme... y así era el asunto: al lado de la casa vieja de mis abuelos, donde ahora se yergue otra de dudosos acabado y utilidad, estaba antes de la reforma la palleira. "Palleira" donde había leña, sacos con trigo y maíz y jaulas con conejos, pero que no recuerdo que tuviese nunca paja... no pasa nada; tampoco las tarteras suelen tener tartas, y supongo que por eso para evitar decepciones las llamamos tuppers. En la palleira había además un armario, construido aprovechando el hueco bajo las escaleras de la vivienda principal, y ese es el armario del que os quería hablar. Cada tarde, al caer el día, las gallinas empezaban fuera a congregarse junto la puerta del gallinero (construido también aprovechando el voladizo de una galería; me estoy dando cuenta ahora de que la casa está de lo más aprovechada), esperando a que apareciese alguien para abrirles la puerta. Y en cuanto eso sucedía, salían para, en fila, recorrer mecánicamente el camino hacia el interior de la palleira. Siempre había alguna que se detenía a picar una piedra o una hierba, y por eso había que ir detrás pastoreándolas con una escoba (eso era lo que yo estaba siempre deseando hacer, arrearle con maldad infantil a las rezagadas), pero en general se dirigían sin más dilación hacia el armarito previamente abierto. Allá entraban todas a posarse en los poleiros (los palos, esos del refrán, el de la mierda) cacareando por lo bajo, se les cerraba la puerta y hala, a dormir, en casa, como las personas. Y por la mañana lo mismo, al revés: "prepararles el desayuno" (cambiar el agua de la pota donde bebían, echar una mezcla de pienso, trigo y maíz picado en el comedero, y atarles un mañizo de berzas a la verja), abrirles luego la puerta, y allí que se iban todas sin necesidad de indicarles el camino; algunas ya casi con el huevo asomando, que se metían directas al ponedero antes incluso de comer...

Y lo que para mí era de lo más normal, lo de "guardar las gallinas en casa en un armario por la noche", claro, no me di cuenta de que igual no lo era tanto hasta que lo comenté no recuerdo con quién... Pues comentado con vosotros queda también.

martes, 7 de noviembre de 2017

Alcaudones a montones

Naval Hill. Ya debería sonaros, de entradas anteriores. El sábado de la semana anterior pretendimos Joaquín, Juan y yo pasarlo en el Botánico, pero al llegar allá resultó que estaba cerrado "para una fiesta privada"; eso nos dijeron los de seguridad. De modo que un poco contrariados, y aún con ganas de monte, le pedimos al taxista que nos llevase a este otro monte, al otro lado de la ciudad.

Así, no nos acercamos a la parte "bonita" hasta el final, pues echamos la mañana, que por suerte no era tan calurosa como luego los días de esta semana pasada, dando una vuelta por los senderos de la zona más salvaje, hasta el antiguo planetario y vuelta, intentando ver algunos de los animales "salvajes" que andan sueltos por allí.

Casi al principio, me llevé un alegrón al descubrir a esta pareja de artistas: unos bubús silbones Telophorus zeylonus, a los que prefiero llamar por su nombre inglés/afrikáans de bokmakierie, mucho más bonito, y que pretende ser onomatopéyico. Estos se supone que deberían ser aves comunes de jardín, pero no los había visto hasta esta vez: grandes como un mirlo, y muy bonitos, los bokmakieries se mueven en pequeños grupos que suelen cantar al unísono. Estas aves pertenecen a la familia Malaconotidae, un grupo de aves endémicas del África tropical, todas muy bonitas (algunos ejemplos) y con voces muy características, que se conocen en inglés con el nombre común de bush-shrikes, "alcaudones de matorral".

De hecho, antes se los clasificaba, junto con los alcaudones encopetados y los alcaudones "normales", en la familia de estos últimos, los lánidos. Pero vino luego el ADN a enseñar que, aunque verdaderamente emparentadas entre sí, las aves de estas familias no son parientes tan cercanas.

Alcaudones de los de verdad, del género Lanius, también los hay en Sudáfrica: dos especies euroasiáticas que vienen aquí en invierno/verano, y esta, el alcaudón fiscal L. collaris, residente en buena parte de África tropical.

Y donde no vive esta, viven otras varias especies muy similares, blanquinegras y colilargas. El alcaudón fiscal es de mis aves favoritas por ser un alcaudón: cabezón y peligroso, un pajarillo con alma de águila; y además por ser aquí al menos, este sí, una especie urbana, que llevo viendo casi a diario desde que llegué a Sudáfrica. Algunos ejemplares, aunque son los menos, tienen una ceja blanca que, al delimitar una máscara negra, les da todavía más "cara de alcaudón", como la que tienen todas las especies fuera de África.

Alcaudones vimos muchos en poco tiempo, y también cebras, avestruces, jirafas y los dos antílopes que viven en este parque "urbano". Este es un blesbok Damaliscus pygargus, no lo había sacado aquí antes, y es uno de los que más ganas tenía de ver. No creo que queden poblaciones salvajes-salvajes del mismo ya en ninguna parte, pero me aguantaré antes de tachármelo a verlo en algún parque nacional... hay que ponerse algunos límites, ¿no?

Los ñus azules ya los conocéis, en cambio; nos movemos con este en aguas conocidas. Y menos mal que ya los había visto antes, que si no habría dudado a la hora de apuntármelo, y eso que ¡lleva crotal!

También ya reconoceréis sin dudarlo a este lagartito, o al menos lo reconoceréis como algún pequeño agama sin identificar. "Comida de alcaudón" podemos llamarle, si no. A ver si llega a grande, estando tan bien acompañado allá en en parque...