Es extraño cómo la carrera investigadora, y esto de irse de postdoc a donde el viento da la vuelta, va juntando gente que de entrada uno diría que no tiene mucho que ver (con razón, vaya): Duygu, la turca de la imagen de ayer, es traductora, e investigadora también, compañera de despacho de Carmen. Carmen no está estos días, pero el que sí ha llegado a empezar aquí un año de postdoc es Bastian, un alemán (y lingüista, e investigador) que habla bastante español. Pues Bastian, Duygu, Joaquín y yo hemos echado hoy la mañana en el Café Mizva, un lugar de lo más peculiar donde la comunidad postdoctoral viene de vez en cuando a echar el rato, trabajando o haciendo que trabajan. No he sacado fotos del sitio, pero mirad las de su web, y podréis haceros una idea de cómo es: un sitio medio granja, medio casa de huéspedes fuera de la ciudad, con todo lo que un hipster de libro podría desear: estética rural-destartalada, espacios con wifi para trabajar, mercadillos de libros y ropa de segunda mano, huerta y buffet de brunch de productos cultivados allí mismo, bar de zumos... y a mayores, lo que no sale en la web: que el lugar, abierto de domingo a viernes, es gestionado por una familia de conversos al Judaísmo, y está lleno todo él de motivos religiosos y de carteles con citas del Antiguo Testamento. Y su huerto de olivos y granados, con estanques y pavos reales, intentando hacer un remedo del Edén... No s que me haya enamorado el sitio, pero ha estado curioso, la verdad.
Aparte de brunchear y de jugar un poco al Cranium (se me olvidaba en la lista de "cosas modernas": la estantería de juegos de mesa), pude darle un poco al bicherío por el jardín. Y os hice solo esta foto con el móvil, de un nido de golondrina cabecirrufa ocupado por na pareja de vencejos cafres (os explicaba eso hace poco, ¿os acordáis?), cosa que se sabe porque los vencejos forran el nido por dentro con plumas, que asoman por el túnel de entrada, ¿lo veis? Además hubo un bimbo pajaril muy fácil y espectacular, el obispo rojo Euplectes orix, una especie de tejedor de la que hasta ahora solo había visto los nidos; y uno que nos hizo casi más ilusión que este pajarillo rojo y negro, pues por fin vimos Joaquín y yo nuestras primeras ranas: ranas de uñas Xenopus laevis, encantadoramente feas, con la pinta que tienen de sapos atropellados. Aunque Bloemfontein no se prodigue precisamente en masas de agua, la verdad ya nos iba faltando sumar algún anfibio sudafricano... a ver si son estas las primeras de muchos.
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