martes, 30 de agosto de 2016

Veintitrece

 Salió ayer el TGV* de París a última hora del día camino de Dijon, atravesando rastrojos de cereal dorados por la luz del ocaso, y llevándome de vuelta a casa tras dos semanas de vacaciones que concluyeron con el viaje que os comentaba hace unos días Supongo que es eso que mencioné también en la entrada anterior, lo de "volver a casa", lo que hace que, aunque no haya llegado a Dijon con muchas ganas, tampoco lo haya hecho con pena. Hoy me quedo en casa, aterrizando, pero mañana ya vuelvo a la facultad a hacer rendir a tope la media postdoc que me queda. Espero que así sea.
Pero por de pronto, tocará en los próximos días contaros bastantes cosas de las vacaciones, puede que incluso todavía de la aldea, pero básicamente de estos cinco días pasados, itinerando por la costa de Vizcaya y la de Gascuña. Días de mucho coche, pero en los que exprimimos al máximo cada parada. Cinco días con bimbo incluido que han sido como un gigantesco regalo de cumpleaños, aunque ayer el día en sí careciese de tarta. Pero quién quiere treinta y tres velas, teniendo dos soles...

En el puerto de Bermeo, el jueves pasado
* En línea con otras tantas cosas del país, los modelos trenes franceses tienen todos una pinta bastante antigua (incluso anticuada) en comparación con los españoles, pero de momento la puntualidad es siempre excelente, y no tienen ese horroroso olor a TALGO del que siempre me quejo...

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