viernes, 22 de septiembre de 2017

El patio de mi facultad...

 Mi facultad tiene un pequeño patio ajardinado particular, que cuando llueve, como ayer (apenas cuatro gotas, de verdad, contadas; a ver si llegan ya las lluvias...), se moja como los demás. Es un lugar bastante agradable, donde salir a comer los días que hace bueno, lejos del bullicio de los alumnos pequeños... aunque algún fin de semana me he encontrado a los de máster tomando el sol en él, tumbados en bañador sobre la toalla.

 De todas maneras, sí dejamos que entren los pequeños en él de forma excepcional; como este martes, en que después del espectáculo culebril de la entrada anterior tuvimos sesión de anillamiento, para enseñarles el trabajo que hacemos con las aves. La red de la foto, una de las más inútiles y que peor he colocado en toda mi vida, no cogió nada a lo largo de todo el día, pero por suerte tuvimos un poco más de tino con un par de cepos malla, y los alumnos no se fueron sin ver pluma de cerca.

 Pillamos en concreto un zorzal del Karoo Turdus smithi, la especie de "mirlo" urbano habitual por esta zona del país...

 ... y una cosifa cafre Dessonornis caffer, especie de la que ya os había hablado en el blog. Ahora que la estación de cría ya ha pegado el pistoletazo de salida, me sorprendió bastante escuchar en el campus un montón de "mirlos", que resultaron ser al final estos pequeñajos, que tienen un canto muy similar.

 Y pensaba yo que cogeríamos bastantes bulbules enmascarados Pycnonotus nigricans también, por ser bastante más abundantes que los anteriores, pero estos resultaron ser más espabilados, y no tuvimos el gusto de echarles el guante. Las infracobertoras caudales amarillas (aquí, mejor) le han valido a los tres bulbules sudafricanos más urbanitas (este, y el tricolor y el del Cabo; los tres estrechamente emparentados) el nombre afrikáner de "culo de mantequilla".

 Dejemos el suelo, que más arriba en los árboles también había bastante movimiento. Sobre todo el proveniente de una pequeña colonia de tejedores enmascarados Ploceus velatus, funcionando ya a pleno rendimiento, con nidos aún en construcción y otros ya con pollos.

 Los Ploceus coloniales crían todos más o menos de la misma manera: el macho arranca fibras vegetales frescas y fuertes (como las de las sufridas hojas del ave del paraíso blanca que asoma en la foto de arriba) y las va trenzando con notable habilidad en torno a la horquilla de una ramita, hasta formar la estructura básica del nido. Entonces, ya posado en una rama aneja, ya colgado directamente del mismo cabeza abajo, canta sin descanso para que las hembras se fijen en la casa tan bonita que les ha preparado. Si a la vista de la (mala) calidad del nido ninguna parece interesada, hasta el punto de que con el paso de los días las fibras del nido se secan, el macho lo deshace y empieza a construir otro...

 ... pero si sí consigue conquistar a alguna... tras la cópula, igualmente, se pone a construir el siguiente, desentendiéndose de las labores parentales. Y la madre soltera acabará de construir el nido (comparad la densidad del trenzado entre el nido de esta foto y el anterior), aportando sobre todo el recubrimiento interno; e incubará los huevos y sacará adelante la pollada lo mejor que sepa. Veis la de la foto, por ejemplo, que llega al nido con ceba en el pico.

A esta paloma de Guinea Columba guinea (la más frecuente aquí en la ciudad, más que las domésticas) en cambio aún le quedaba tiempo antes de preocuparse por sus pollos, y entretenía las largas horas de incubación mirando nuestras idas y venidas en torno a la red y los cepos.

 A su vez, una pareja de gorriones comunes habían establecido su hogar en este nido desocupado de golondrina, que os recordará por su forma al de las dáuricas, pero que debía de ser de sus hermanas la cabecirrufa (Cecropis cucullata) o la pechirrufa (C. semirufa). Pena que no fuese ninguna de las dos la que ahora lo ocupaba, ¡ay!

 Y termino ya con un par de fotos de la atracción estrella del jardín estos días, un árbol del coral Erythrina caffra florido, cuyas inflorescencias atraen estos días a multitud de aves sedientas de un trago de néctar. No suimangas, que no he visto aún en esta ciudad, pero sí bulbules, varios estorninos distintos, anteojitos...

... y las abubillas-arbóreas verdes Phoeniculus purpureus, que se pasan el día en estas poco ortodoxas posturas y riñendo entre ellas. Y qué mal me viene, tanto entretenimiento justo al otro lado de la ventana del despacho...

No hay comentarios:

Publicar un comentario