A mi entrada de la semana pasada sobre los estragos de la edad, me gustaría añadir ahora la pérdida de memoria; de pasajes de lo más aleatorio además. Pero, entre una sucesión de ojos del Guadiana, quedan aquí y allá retazos del pasado profundo, que vaya usted a saber por qué motivo se quedaron grabados en mi mente infantil. Recuerdo saber "desde siempre" que el halcón peregrino era el ave más rápida, y que una amiga de alguna de mis dos hermanas tenía un bonsai... Y recuerdo muchas de las historias contadas por mi tía, claro, que a base de hacerme de niñera lo tenía más fácil para que lo que me decía se me fuese quedando, en un cerebro aún por llenar. Y me acuerdo estos días de PCR tras PCR de que "la mayor tortura del mundo" era la de dejar caer continuamente una gota de agua en la frente del condenado; me acuerdo porque siempre me ha hecho gracia esto que hacemos en el laboratorio de mezclar "agua con agua", esperando que salga algo. Por eso y por la monotonía infinita de hacer los mismos gestos una y otra y otra vez... nada que no os haya contado antes, vaya; que, como buen viejo, también me repito. Y lo gracioso es que luego, encima, resulta que casi lo disfruto: al menos me voy para casa con la satisfacción de "haber trabajado"; de haber hecho algo cuantificable, y no como los días en que toca "leer y pensar" (en las musarañas)... en fin; si todo va bien y las mezclas acuosas dan sus frutos, a ver si ya me quito lo gordo de encima esta semana. Que ya tengo ganas de volver a pensar.
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