miércoles, 8 de agosto de 2018

A una hora de Zamora

Aunque en principio las obras iban a terminar ayer, un aviso de RENFE de hace un par de días me comunicaba que, por obras de mantenimiento de las vías, esta mañana me iba a tocar hacer por carretera el trayecto entre Orense y Zamora; ¡y yo que precisamente cojo el tren para no tener que ir en autocar, y poder levantarme, ir al baño o leer sin marearme cuando me apetezca! (aunque al final no haga nada de eso, y pase las horas pegado al cristal, pensando en qué escribiros). El viaje empezaba pronto de todas maneras, pues salimos a las seis, y siendo aún de noche y estando yo medio dormido lo que menos me preocupaba era leer o ir al baño. Amaneció saliendo ya de A Gudiña, mientras subíamos y bajábamos (menos, gracias a los túneles) las cuestas del Padornelo, donde aunque ya en Zamora, los nombres de los pueblos y las colinas redondeadas, cubiertas de una masa homogénea de uces y xestas, seguían gritando "¡Galicia!". Aquello ya era bonito, y además desde el autocar (más bajo, más pegado al arcén, más lento) se ven las cosas mejor que desde el tren; pero la diversión de verdad empezó más adelante, en la salida que nos llevó de la A-52 a la N-631 pasado Mombuey: pasamos en curva cerrada entre las nieblas del embalse de Nª Sª del Agavanzal, y dejando atrás el Tera empezó la fiesta: entre esa zona y la capital provincial, La Carballeda no podía estar más bonita: cada ladera, cada localidad, hablando de transición entre Galicia y Castilla: aquí crecían los robles bien espesos, y diez metros más allá las encinas; aquí retamas y acullá jaras;  un pueblo se llamaba Val de Santa María, y el siguiente Villanueva de Valrojo... y saltándose todas estas fronteras, un buen montón de corzos y de ciervos que apenas sí se espantaron del autocar donde todos dormían menos yo y (espero) el conductor... Me quedé, claro, con ganas de más. A ver cuándo convenzo a alguien...

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