Como os dije en alguna de las entradas anteriores, durante las dos semanas que pasamos en el Kruger nos alojamos en un pequeño campamento reservado para investigadores que está junto al núcleo de Skukuza, a la vera de un río bastante amplio, aunque seco ahora, que lo separa del poblado de los trabajadores del Parque. Por motivos de disponibilidad de plazas, pasamos la primera semana en la casita de arriba, con salón-cocina y dos habitaciones dobles con baño...
... y la segunda en esta otra tienda de campaña permanente, con... bueno, con pocas cosas. Pero tenía hormigas, la otra no; en eso le aventaja. Carecía en cambio de las salamanquesas de la otra, que pasaban el día entre las vigas de madera y la cubierta de paja, dejando caer aleatoriamente sobre las camas sus pequeñas cagaditas duras, hechas de piezas de insecto, como un TENTE sin montar.
Vivir en el campamento fue una experiencia curiosa: la mayor parte de los residentes eran investigadores jóvenes que estaban allí haciendo trabajo de campo, cada cual el suyo; en el momento en que más nos juntamos había una alemana, dos americanos y dos australianos, a mayores de nosotros, y normalmente nos las apañábamos para cenar juntos y echar luego un rato de sobremesa, comentando la jornada, casi como si en vez de estar "en un campamento" estuviésemos de campamento... Lo que más me llamó la atención fue que eran todos muy jóvenes: estudiantes de carrera o de máster. y no solo eso, sino que estaban allí solos. Me cuesta mucho imaginar un grupo de investigación español que tenga tanto dinero como para mandar estudiantillos de tres al cuarto al otro lado del mundo, y donde por otra parte se confíe tanto en que los estudiantes sabrán desenvolverse solos como para mandarlos sin un director... la verdad es que me resulta tan extraño que no sé hasta qué punto eso me parece señal de que los estudiantes de otros países son la caña, o me parece en cambio una apuesta demasiado arriesgada con la que es muy fácil desperdiciar el dinero; no sé.
Tanto la casa como la tienda (todos los demás alojamientos... todos los de Sudáfrica, me da) tenían sendas barbacoas, que usamos casi cada tres días; pero la primera tenía además esta agradable zona de terraza con vistas al río donde pasar el rato. Se supone que el campamento era una zona "segura", en la que uno podía caminar sin peligro, merced a una verja electrificada que lo rodeaba. La necesidad de la verja era evidente, pues por delante mismo de esta zona de patio pasaban de vez en cuando elefantes (y cuando digo "por delante mismo" lo digo de verdad; podría uno darles una palmada), y un par de veces nos cruzamos con leones en el camino justo a las puertas del campamento. Eso no era muy tranquilizador, ya que la puerta automática de la verja a veces se atascaba y se quedaba abierta, vaya usted a saber por cuánto tiempo... y por otra parte, viendo el estado en que estaba la verja en sí, la verdad es que dudábamos mucho de que realmente estuviese operativa... pero claro, cualquiera la toca para comprobarlo. Tuvo que ser una de las noches de barbacoa cuando por fin Leif, el americanito, más joven y echao p'alante, le echó la mano a la verja, y comprobamos así que estaba más desconectada que las de Parque Jurásico. Le echamos la mano unas cuantas veces más los días siguientes, la verdad no sé por qué, siempre con la aprensión del que hurga en la herida que sabe que no tiene que tocar; pero nunca pasó nada... se ve que tenía que tocarme a mí: intrigado por un ruido, no sé si de ranita o de insecto, que sonaba justo por fuera del cercado, una noche me apoyé inadvertidamente sobre la cerca, y esta resultó estar ya reparada. Me dio un fogonazo que me tiró al suelo durante un rato y me hizo cerrar la boca de golpe, y encima me dejó solo una marca ridícula en el brazo, de la que ni siquiera puedo presumir.
En fin... el gran Tim, la Tostada Humana. Sigo vivo, al menos. El río. Ya he dicho que el Nwaswitshaka no llevaba agua en julio, pero sí fluía: del orto al ocaso, las bandadas de queleas no paraban de pasar, río arriba, río abajo...
... y el trajín aéreo venía acompañado de otro a ras de tierra: los búfalos y los elefantes de que os hablaba antes pasaban de vez en cuando frente a la casa, ocupados en sus cosas. Y resultaba fascinante, a la par que desazonador, ver cómo una cortinilla de carrizos mínima llegaba a ocultar completamente un bicho tan grande y peligroso, que uno tenía además al lado. Al olor de la barbacoa se acercaban por la noche las hienas también justo hasta la verja, y se quedaban luego rondando, dándonos la serenata con sus risotadas; y una noche en que Mdu nos estaba calentando la cabeza con historias de ataques de leopardos, como si estuviese ensayado, saltó de un árbol hacia nuestra mesa un gálago de cola ancha, que en la oscuridad parecía algo mucho más gordo y peligroso, y que hizo gritar a la gente en consecuencia, espantando a su vez al pobre bicho antes de que pudiese hacerle ninguna foto. Pero sí las tengo de otros muchos animales...
... en especial de aves, como este barbudo acollarado Lybius torquatus, y que darán para unas cuantas entradas más. Pues en función de qué vehículo estuviese disponible, no siempre pudimos hacer todos todas las jornadas de trabajo de campo fuera del campamento, y más de una vez tocó quedarse dentro, sumando horas ociosas... esto es, ociosas para el que no tiene una cámara, unos prismáticos, y todos los bichos de un país para aprenderse. Espero no aburriros mucho en los días que vienen...
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