¡Hasta Sudáfrica!, llegan hora sí, hora también, noticias, vídeos, cadenas de mensajes y memes sobre el tema estrella: Cataluña. Todos muy tristes, incluso los graciosos. Tristes, pues maldita la necesidad que hay de hacer que la gente se pelee. Tristes porque, teniendo la clase política que tenemos, lo único que estamos viendo es pelearse a garrotazos a dos pastores a propósito de la porción del rebaño que seguir ordeñando. Y las ovejas, en vez de aprovechar el despiste para mandarlos a paseo, les ayudan mordiéndose entre ellas. Mordiendo cada vez con más saña; pero claro, los que podían apaciguar los ánimos llevan años apagando fuego con gasolina, y veremos dónde acaba ahora todo...
Soy un orensano. Criado allí, y rematado luego en Madrid; y en el campo de buena parte de la Península, que con el tiempo he ido aprendiendo a leer, y cuyo conocimiento cada vez más detallado ha abierto la puerta al amor. Soy... "así": 35 años de lo que os acabo de describir me han ido cincelando, y ni puedo ni quiero negarlo, y ni puedo ni quiero cambiarlo. Pero entre eso, y abrazarme con pasión a una bandera, sea gallega o española, hay un abismo muy grande (e invisible para algunos, pero eso es otro cantar) que no tengo el menos interés en cruzar. Mi mentalidad, la mentalidad del que entiende que proteger en el país A al ave migratoria que se caza en el país B es una idiotez (por llevar el agua a mi molino), es profundamente antinacionalista internacionalista. Nos sobran los "antis", y andamos en cambio faltos de gente que sepa entender al de enfrente y explicarle por qué se equivoca (invisible para algunos también: las opiniones pueden ser todas respetables, pero ni de lejos son todas válidas). Nos ha faltado quien supiese y quisiese reconducir el embrollo catalán desde el principio, pero estando ahora como estamos, yo soy partidario de que se vote. De que se vote con todas las garantías, no como mañana; al menos para dejar a la gente que hable por sí misma, y no a través de la boca de sus representantes (je). Y de seguir trabajando codo con codo desde el día siguiente, con los catalanes independizados o no (que poco debería importar), porque los problemas que de verdad debieran preocuparnos son comunes y se extienden mucho más allá del Ebro y los Pirineos.
Partidario de dejarnos de tonterías y de atender a lo que de verdad importa, en vez de a pelearnos. Considero mi postura mucho más válida que la de los acosan a la Guardia Civil en Cataluña, y que la de los pobres diablos que esta tarde cantaban el Cara al Sol en Cibeles. Pues eso... me ha helado la sangre. Porque me hizo recordar que hubo un tiempo en que yo andaba desnortado, y confundiendo el tocino con la velocidad, también lo veía todo como una lucha de azules contra rojos. Hubo un tiempo en que yo también me sabía el Cara al Sol, y en que escribía cosas que prefiero no recordar en el capítulo de Lorca de mi libro de Literatura Española. Hubo un tiempo en que, como por otra parte es habitual en este país, confundía religión y política, y evidentemente si yo era católico tenía que estar de parte de quien tenía que estar. Qué idiota fui, qué equivocado estaba, y qué suerte tuve de darme cuenta pronto de que todas esas ideologías de adoración al partido y a la bandera son esencialmente anticristianas, por mucho que los que las defiendan puedan ser de Misa diaria. Qué suerte tuve de aprender pronto que al cristiano lo que le toca es "no juzgar a los demás, no ofender ni siquiera con la duda, y ahogar el mal en abundancia de bien". Qué ansia, de que se les caiga la venda de los ojos a esos de Cibeles. Y a los de Diagonal, y a los del ISIS...
Con Dios y República.
Con Dios y República.