Perdón por el abandono de estos días, que han sido unas tardes un tanto liosas... Tras despachar ya los diversos antílopes que vimos en Mokala, vamos con otros bichos con pelo del parque, que no fueron pocos. Y empiezo con una cebra de llanura Equus quagga, que igual os parece algo extraña, tan marrón, y de rayas difuminadas hacia la grupa... tiene su explicación: hasta que cazaron los últimos en la segunda mitad del S. XIX, estas zonas herbosas del sur de África contaban con su cebra propia, el quagga, de cuerpo mayormente pardo y rayas solo en la porción anterior del cuerpo, que compartía espacio con el ligeramente más afortunado ñu de cola blanca. Trascurrido un siglo tras la desaparición de los quaggas, y a rebufo de proyectos similares que intentan recrear los antepasados silvestres de vacas y caballos en Europa, surgió el "Proyecto Quagga", una iniciativa para, a base de realizar cruces selectivos de cebras con más pardo de lo habitual, buscar obtener ejemplares que recordasen a los desaparecidos quaggas, con los que repoblar de una forma más "natural" las reservas del sur de este país. El proyecto sigue su curso y se van obteniendo ejemplares de aspecto variable, aunque incluso los que tienen menos rayas presentan un tono leonado claro bastante distinto para mí del pardo más oscuro de las pieles de quagga que se conservan.
Varias de las cebras de Mokala proceden de ejemplares de dicho proyecto, pero uno se pregunta si el esfuerzo merece la pena, visto que en este parque hay también cebras "normales" que se cruzan con las otras, de modo que se ve toda una mezcolanza en lo que al pardo y la cantidad de rayas se refiere. Por no hablar de que un quagga no es (solo) "una cebra marrón": el resto de adaptaciones que tuviesen esos animales (por ejemplo mudar el pelo por una capa más densa en invierno, que no poseen las otras cebras, de ambientes más templados) se perdieron para siempre.
Bueno, vamos con otro animal, o mejor dicho con nuestros intentos no muy fructíferos por verlo: el rinoceronte. Cualquiera de los dos, vaya, blancos o negros, que aparentemente de los dos hay en este parque. A Joaquín y a mí el tema de los Big Five nos da bastante igual, pero por buscar que nuestros dos compañeros de viaje se llevasen algún bicho mítico a la boca, echamos bastante tiempo buscando por el parque algún rinoceronte o búfalo, los dos integrantes de la boy band presentes en Mokala. Y encontramos bastantes excrementos, y rastros en el barro de los caminos, como estos de tres dedos, casi dinosauriformes, de los rinocerontes; pero búfalos no vimos ni el primero...
... y rinocerontes a punto estuvimos de no verlos tampoco (ni jirafas), hasta que el último día decidimos sacrificar el ir a ver la cercana Kimberley por echar el rato en las carreteras del parque que nos quedaban más lejos del campamento. Y allí nos encontramos a este grandullón, rebozado en polvo rojizo y escapando del sol de mediodía a la sombra de unas acacias, y como veis enormemente preocupado ante nuestra presencia.
Es una gozada, esto de que los animales no se alarmen al detenerse los coches de los visitantes. Aunque la verdad con los facóqueros Phacochoerus africanus, aunque abundantes, no tuvimos tanta suerte, pues volvían grupas y salían por patas, con la cola ridículamente tiesa en vertical, si les prestabas demasiada atención. Solo este nos dejó sacarle fotos de cerca.
Los que no se alarmaban mucho eran los componentes de este grupo de monos verdes, Chlorocebus pygerythrus, que descansaban el doming en el mismo lugar donde el sábado bebían los nialas de la entrada anterior. Y es una pena que no tuviesen mucho de qué asustarse, porque estos monos han adquirido cierta fama en los documentales (aparte de por cierto detalle anatómico lleno de color) por su especie de lenguaje primitivo: el uso de diferentes tipos de vocalizaciones para codificar diferentes tipos de amenazas por parte de depredadores, y escapar hacia los árboles o no en consonancia.
Pasamos de un grupo de monos, a uno de animales muy monos: unas ardillas de tierra sudafricanas Xerus inauris, bastante parecidas a las ardillas morunas asilvestradas por toda Fuerteventura. No son el único roedor bípedo del parque, pues nos apuntamos también a hacer desde el campamento una salida nocturna en un coche con focos para intentar ver cerdos hormigueros o algún felino; y con eso no tuvimos suerte, pero sí me sirvió para tacharme el chotacabras carirrojo Caprimulgus rufigena y un bicho la mar de raro y molón, la liebre saltadora Pedetes capensis. Que no es una liebre, sino un roedor de un grupo africano la mar de raro, del que casi todas las especies que se conocen son fósiles, salvo este bichejo y un grupo de ardillas voladoras de lo más feas.
Otra ardilla aquí, dando buena cuenta de los restos de alguna barbacoa. No hay muchas especies de depredadores en Mokala, la verdad, y ninguna grande, como ya os dije; pero sí hay uno, del tamaño de estas ardillas y que de hecho suele compartir madriguera con ellas...
... y que goza además de amplio favor popular: el suricato Suricata suricatta. Solo vimos un grupo de ellos, aunque bastante numeroso: cruzaron corriendo la carretera todos a una, delante de nosotros, y después se pararon, miraron hacia atrás, se dieron la vuelta y volvieron todos a la carrera por donde habían venido; como si los veinte se hubiesen dejado el gas abierto en casa. La verdad es que muy listos no nos parecieron...
Un bicho encantador: el zorro orejudo Otocyon megalotis, del tamaño de un zorro europeo, máscara como de mapache y esas grandes orejas que les sirven para localizar por el oído los pequeños animales de que se alimentan, sobre todo termitas. Suponemos que estos dos, que vimos muy bien (aunque poco tiempo), a pesar de la foto, eran Sr. y Sra., pues estos bichos se emparejan de por vida.
Y acabo ya con el que, codo con codo con el caracal, es el mayor depredador de Mokala: el chacal de lomo negro Canis mesomelas, del tamaño de un perro mediano; de Brego, mismamente. Según nos contaron al principio había también hienas pardas, pero los dueños de los cotos de caza aledaños al parque se quejaron y las sacaron del mismo. Curiosa gestión la de los espacios naturales de este país, ya os digo... Vimos solo un par de chacales, que se mostraron bastante confiados, cosa rara en un bicho en general considerado alimaña y al que se persigue mucho. Pero se le ve en la cara a este, que sabe que es allí el que corta el bacalao. Ya veremos cuando, como nos dijeron, se decidan a soltar guepardos en el parque...
La verdad es que disfruto una barbaridad con entradas como esta (Al suricato le tengo bastante manía, la verdad).
ResponderEliminarMe alegra que te gusten; en mi respuesta a tu comentario en la entrada de la Fiesta de la Patata no pretendía implicar que los bichos te asqueasen. Lo del "amplio favor popular" de los suricatos sí implica por mi parte una cierta carga negativa, mal que me pese... hasta al mundo de bichear llega la pose de huir de lo mainstream, ya ves.
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