domingo, 29 de julio de 2018

Urracas

Ya en Madrid; y más de un día tras salir de Barajas, de hecho. Viaje que tuvo un principio en Bloemfontein el viernes a la una de la tarde, en el pequeño Citybug que me levó hasta el aeropuerto de Johannesburgo. Mis ganas de añadir algo a la lista en este último trayecto quedaron truncadas por el sol del atardecer, que cayendo sobre mi ventanilla no me dejaba ver con claridad lo que se movía fuera. Tampoco pude luego tacharme la famosa "luna de sangre", pues me tocó en uno de los asientos interiores del avión a El Cairo. De las tres compañías con las que he realizado vuelos de largo recorrido: Turquish Airlines, British Airways y Egyptair, esta última ha sido la más básica de las tres, aunque no por eso dejaron de darnos de cenar (a las diez) y de desayunar (a las cuatro de la mañana...), o dejó de haber películas a bordo; aunque eran pocas y rematadamente aleatorias y malas. Aterrizamos sin mayores sobresaltos en El Cairo a las cinco y media de la mañana, en medio del, vaya, desierto; realmente la zona era bien arenosa. Conseguí conectarme a la wifi y escribiros a algunos desde allí a pesar de (que no gracias a) la ayuda no solicitada de un par de limpiadores del aeropuerto, que me pidieron luego dinero por entorpecer y se enfadaron cuando intenté colocarles la última moneda de cinco rands que me quedaba; en fin. No vi las pirámides ni al aterrizar ni al despegar, y tampoco ninguna ave nueva; apenas se veía jardín desde los ventanales de la zona de tránsito, y solo pude apuntar tres especies para el país: palomas domésticas, tórtolas senegalesas y cornejas cenicientas. Por fin, cuatro horas y pico más tarde, tras más de 24 h congelándome sometido a los más diversos aires acondicionados, pude por fir quitarme mil y un pesos de encima y empezar a absorber el sol de la capital, mientras unas cuantas urracas medio peladas vinieron a darme la bienvenida... ¡qué bien se vive en el Paleártico occidental!

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