miércoles, 25 de julio de 2018

En medio, como los miércoles

Miércoles otra vez, de estos que son festivos este año: debe de oler a aligustre mi barrio, y a incienso y sudor de peregrino la ciudad del Santo Adalid. Miércoles que, como suele suceder, pilla en medio de la semana; de una semana de despedidas: pasado mañana si Dios quiere volaré al norte, llevando la contraria a abejarucos y y cigüeñas, y están siendo éstos días de estar muy distraído en el trabajo porque no pasan las horas, como eran los últimos días de clase en junio en el colegio, ya con las notas puestas; y muy distraído también a las horas de comidas, cenas y cafés, entretenido despidiéndome de unos y de otros. No habrá sido tal vez este año el más provechoso del mundo en cuanto a ciencia, pero con todo y con eso he ido conociendo un buen montón de gente a la que, al ir viendo ahora por ¿última? vez, me doy cuenta de que voy a echar mucho de menos. Pues el mercenario no solo va cambiando de pagador según toque, sino también dejando un reguero de víctimas por el camino: de gente de la que duele separarse, por mucho que la estancia tuviese una fecha de caducidad más o menos definida. Voy a suponer que algo de culpa la tiene el que soy yo un tanto majo, pero por no echarme muchas flores, y por lo demás por ser justo, al Señor hay que agradecerle ante todo que esta vida dura venga sembrada de buena gente. Señores: no creo que me leáis, ni muchos, ni pronto, pero muchas gracias por todo.

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