Último fin de semana en Sudáfrica. Remedando los paseos sabatinos por el Botánico de Pretoria del mes pasado, me vine hoy con Joaquín al de aquí, por donde no me pasaba desde hace meses. Contaba con añadir alguna especie a última hora a mi lista, pero no pudo ser: creo de hecho que es la primera vez en todo este tiempo en que salgo al campo a ver bichos y no me tacho nada. Sí vi por primera vez, sin embargo, varias especies que me había tachado en otras partes del país, que siempre hace gracia...
... amén de otras que son de las comunes, como la cosifa cafre Dessonornis caffer, de las que me cruzo con frecuencia por el campus.
La pobre cosifa de arriba debía de tener los pies congelados, pues como veis en la foto la hierba aún blanqueaba por la helada nocturna. Pero aquí en invierno el sol calienta deprisa, y arriba en la ladera, donde buscábamos el bimbo que no llegó entre la vegetación arbustiva propia de la zona, enseguida sobraba la ropa de abrigo.
Buscaba dos pájaros en concreto: la eremomela ventrigualda y la curruca de Layard (imagino que ninguno de ellos os despierta grandes pasiones, ya...), pero una cosa es ir al hábitat adecuado, y otra que los mil pajaretes pequeños y tímidos (y más ahora en invierno, cuando ni se mueven ni cantan mucho) se dejen ver en campo abierto. Solo pude sacar fotos decentes de este diminuto buitrón coronirrufo Cisticola fulvicapilla.
¿Echáis de menos fotos de suimangas? No os preocupéis, que alguna hay: aunque me costó, porque no me había fijado hasta hoy al buscarlos en los pocos áloes que hay en este jardín. Menos mal que estos bichos no dependen solo de los áloes (pobres, si no), y pude fotografiar esta hembra de suimanga malaquita Nectarinia famosa alimentándome en una oreja de cerdo Cotyledon orbicularis, una crasulácea.
El pequeño embalse del jardín, que estaba de agua hasta los topes, como no lo había visto nunca, cuenta en sus orillas con masas de carrizos y espadañas donde tejedores enmascarados y obispos rojos arman escándalo a lo largo de todo el año. Y sorprendimos además esta polluela negra Zapornia flavirostris (que se había quedado sin foto en Pretoria) buscando comida entre las cañas... hasta que de repente se asustó y saltó dentro de un arbusto, al tiempo que los bulliciosos obispos enmudecían y también se hundían en lo más espeso del carrizo.
¡Había llegado volando una rapaz!, que se posó en un árbol seco a la vera del agua. El efecto de que toda la vida alada enmudeciese de pronto fue bastante notable, la verdad. No supe en el momento lo que era (las rapaces juveniles difieren muchas veces bastante de los adultos), y coqueteé con la idea de que fuese un tachable azor blanquinegro, pero tras sentarme en casa con guías e Internet me temo que es un juvenil de azor lagartijero claro Melierax canorus. Que ya lo habéis visto bastantes más veces en este blog, pero bueno, al menos no con este plumaje...
Algo nuevo y completamente inesperado sí nos tachamos Joaquín y yo: al levantar piedras buscando algún herpeto (y encontrar solo una cría de geco pigmeo del Cabo, y gracias), descubrimos bajo una unos cuantos escarabajos de élitros negro-azulados y tórax y cabeza anaranjados. Quiso la suerte que, por querer tocar algo con pinta de oruga peluda que tenían al lado con un palito, no les acercase directamente los dedos, pues resultaron ser ni más ni menos que escarabajos bombarderos (del género Brachinus), que reaccionaron ante el "ataque" del palitroque como solo ellos saben hacer: rociándolo con una solución cáustica a más de 100 ºC. Si es que en esta tierra no puede uno confiarse...
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