sábado, 20 de octubre de 2018

Como la cosa estaba mal...

Y no me refiero a que la cosa estuviese mal en lo que a mí respecta, no: simplemente a que la predicción meteorológica para este sábado pintaba bastante mal en el entorno de Madrid. Pero como Raquel y yo teníamos bastantes ganas de salir al campo, fuimos buscando posibles destinos hasta dar con aquel que nos pareció menos malo; y haciendo buena la antigua cancioncilla, este resultó ser Sacedón.

 En realidad en el pueblo en sí no echamos más tiempo del que nos llevó comer bastante bien; pasamos la mayor parte del día dando vueltas por distintos miradores y senderos cercanos al embalse de Entrepeñas, que junto con el cercano de Buendía y otros embalses menores le han valido a esta zona de La Alcarria Baja el nada pretencioso nombre de "Mar de Castilla".

 Echamos el rato visitando los distintos lugares indicados en esta página que había encontrado Raquel, donde un lugareño tan atinado como llorón iba recomendando las mejores vistas, y quejándose de que nada estaba ya como cuando él era pequeño. La zona de la "boca del infierno" (otro nombre en absoluto exagerado) es de las que más nos gustó: eran dos escarpes rocosos que flanqueaban el antiguo camino y arroyo que, antes de que el embalse anegase todo, bajaban de Sacedón al Tajo.

 Indicando que vigilar aquel paso debió merecer la pena, estaba este pequeño puesto de sacos terreros de cuando la guerra, que resistió en situación incluso estando sumergido, y que queda de nuevo ahora a la vista al estar algo bajo el nivel del embalse. El "bajo" nivel del embale (a mí la verdad no me lo pareció tanto) es motivo de fuertes críticas en esta zona, y estaba Sacedón lleno de carteles (¡incluso en inglés!) oponiéndose al trasvase Tajo-Segura.

 Desviándonos un poco de la orilla de Entrepeñas, visitamos antes de comer los restos, en ruinas, pero tampoco tanto, del la antigua abadía cisterciense de Monsalud, en Córcoles, recientemente restaurado.

 Por suerte,del supuesto "museo sobre la brujería" de que habla la entrada de la Wikipedia no había ni rastro; el monasterio se las bastaba muy bien él solito para hacer que visitarlo mereciese mucho la pena. Muy importante el detalle de colocar extintores en un edificio todo de piedra, ojo...

 Ya por la tarde, visitamos un par de miradores en la margen derecha del embalse. Desde el situado sobre el pueblo de Alocén, los cambios repentinos de luz según pasasen nubes más o menos tormentosas hacían que el paisaje cambiase casi a cada rato. Como si de los focos de un escenario se tratasen, los claros entre las nubes y los arcoíris fugaces iban iluminando distintos elementos del paisaje: ya las horrorosas urbanizaciones y clubes de vela de la orilla opuesta, ya el viaducto de Entrepeñas, las torres de la central de Trillo o las "Tetas de Viana"...

 Y una última parada en la ermita del Madroñar, donde se establecieran los monjes recién llegados de Francia antes de mudarse a Monsalud, antes de volver a Madrid. No pudimos verla por dentro, que estaba cerrada, y solo pudimos seguir disfrutando de los cambios constantes de luz, que no fue cosa menor.

Y en la quietud de una tarde en la que casi no nos cruzamos con nadie, el viento nos traía con frecuencia, nítidos, los trompeteos de las grullas comunes Grus grus, recién llegadas del norte y muy cerca ya de su destino. Ganas tengo ya de verlas en tierra...

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