lunes, 10 de diciembre de 2018

Días de vino y cigarras (Repesca Francesa, I)

Volví esta mañana a dar una vuelta por el Manzanares, como el lunes pasado. Un paseo muy agradable, con bien de gaviotas, pero nada particularmente reseñable. De modo que va siendo hora de rescatar las fotos que tengo a la espera desde este verano; por falta de tiempo no será...
Al reabrir la carpeta de las fotos de Montpellier, me sorprendió no ver ninguna foto de la ciudad... recordé entonces que las había borrado en vez de guardarlas, al tirar la carpeta que no era (en fin). Bueno; en realidad poco se pierde, que si queréis saber cómo es la ciudad podéis buscar imágenes por Internet, o acercaros directamente, que no pilla tan a desmano... y de paso, me lleváis, y aprovecho para verla de verdad.

 Pues lo que sí recuerdo del congreso (como para olvidarlo) fue el ritmo frenético con el que nos torturaron: tanta charla había que, de nueve de la mañana a siete de la tarde, no había más que charlas, una detrás de otra, en ¡trece! sesiones paralelas a la vez. Y tal cantidad de pósteres que no le cabe a uno en la cabeza; tantos que de hecho a mitad de congreso (dos días apenas para ver 600 pósteres en las pausas de café y similar) se cambiaban: se descolgaron primeros y se colgaron los de la siguiente ronda. Agobio, agobio, mucho agobio... la sensación cotidiana del científico de que a su alrededor pasan cosas de las que no se entera, de que la información le vuela a uno por los lados, hecha carne. Una constatación en directo (una más, per la más brutal) de que que esto no va solo de tener buenas ideas y buenos datos, sino del jodido networking: de hashtags por aquí, researchgates por allá, de tener que dejarte ver y presentarte a los autores principales de cosas muy escogidas. De que te conozcan: para que te citen, para que colaboren contigo, para que te contraten... y en cuanto empiezas a vencer la vergüenza, va y ya se acaba todo; otra oportunidad perdida. Creo que este congreso tuvo una parte de culpa nada desdeñable de que yo esté ahora en Madrid y no en Israel...

... pero bueno, lo pasado, pasado está. Quería mencionar un detalle organizativo que (creo que) me gustó: gestionar la duración de charlas, turnos de preguntas y demás suele ser siempre la pata que más cojea en los congresos; y en uno tan masivo como este, tener que confiar en los moderadores de sala para que todo se desarrollase al unísono hubiese sido ilusorio. De modo que se coordinó todo de forma centralizada y totalmente impersonal, para evitar que las divas que consideran que su charla es mucho más relevante que las de los demás pudiesen protestar (lo hicieron, ¡vaya si lo hicieron...!): una música (bastante mala) sonaba por megafonía por todo el palacio de congresos en los momentos de intermedio, y en cuanto se apagaba, comenzaban las sesiones paralelas de charlas. El ponente tenía entonces 12 minutos para hablar, tras los que sonaba, por todas partes y durante unos segundos, el canto agudo y bastante molesto de una cigarra: la señal de que se abría el turno de solo tres minutos para preguntas. Pasados esos tres minutos, los micrófonos se apagaban y volvía a sonar la música por todas partes, alta, acallando las discusiones, dejando cinco minutos para que la gente fuese al baño o se cambiase de charla. Pasados los cinco minutos, fuera música y siguiente charla; y así entraban tres charlas por hora de forma perfectamente medida. Y si uno se alargaba más allá de sus doce minutos, patada y p'afuera, que la música de la organización general no espera ni respeta a nadie...

Servidor con su póster
Las agobiantes sesiones de pósteres, en las que cientos de personas intentando hacerse oír hacían que estar en las salas al efecto fuese un suplicio, contaban con un aliciente por cortesía de la organización para que la gente no se dispersase: vinos y pinchos. Y no solo de forma general, en mesas al uso, sino que a cada uno de los que presentaban sus pósteres les daban una botella, para que sirviesen una copa a la gente interesada en el póster de cada uno y los retuviesen así el tiempo suficiente para verlo y escuchar los comentarios del autor. Lo cual no evitó, claro está, que muchos parasen junto a los pósteres, (me) pidiesen vino, se diesen la vuelta y se fueran a la caza del pincho... Ideas. Ideas que dejo a vuestra disposición, para cuando os toque organizar un sarao de estos.

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