Alguna vez os tengo comentado que muchos de mis libros de naturaleza de crío, traducciones de obras centroeuropeas, hablaban a veces de cosas que, desde un punto de vista peninsular, sonaban bastante marcianas. Una de ellas era la presencia habitual de depredadores medianos, como zorros o garduñas, en los parques grandes y zonas del extrarradio. Y no digo yo que no haya zorros y garduñas en, qué sé yo, las urbanizaciones de Las Rozas en medio del monte, pero lo que es en el Retiro... claro, luego uno viaja un poco, ve cómo son las ciudades de por aquí: mucho más verdes, con más parques, y éstos mayores y con mucho árbol grande; y ya entiende todo mejor. De ahí que el viernes pasado (más bien el sábado, a las dos y media de la madrugada), cuando llegaron Raquel y Vero en el coche de alquiler del aeropuerto de Lyon a mi casa, me dijeron al subir emocionadas que habían estado un rato persiguiendo precisamente una garduña que se paseaba por mi calle...
A propósito de las garduñas, de hecho, mencionaban mis libros un problema la mar de curioso: que muchas veces les daba por meterse a dormir al abrigo del motor de los coches, metiéndose por los bajos del vehículo, con consecuencias normalmente funestas tanto para el pobre bicho como para el auto; y recomendaban mirar bien bajo el capó antes de arrancar, sobre todo en invierno. De todas maneras, los coches representan para la fauna un peligro mucho más evidente, que es el de los atropellos. Y a esta pobre diabla me la encontré muerta en la acera esta mañana al venir a la facultad... qué penilla, la verdad.
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