Tras volver de Francia, subí como supongo es lógico el primer fin de semana a Orense, a decir hola, pero este segundo ya he salido un poco al monte, a visitar el tipo de zona donde, por material rocoso y por verdor, más ubicado me siento.
Salí con Andrea y Álex a dar una vuelta por Cenicientos, en el extremo oeste de la Comunidad de Madrid, donde más húmedo y suave es el clima. Húmedo de hecho un tanto en demasía, pues tras poder pasear la semana pasada de manga corta, fastidia un poco esta volver al paraguas...
... al paraguas y al abrigo, pues aún se veían bajo los árboles restos de la nevada del pasado jueves.
Viendo lo que les rodeaba, los narcisos Narcissus triandrus amantequillados parecían un tanto mohínos, como preguntándose qué narices hacían asomando ya la cabeza, de las primeras de las flores del sotobosque. Pero bueno: la primavera es siempre un pequeño casino, donde apostar contra la meteorología y jugársela a brotar antes o más tarde, con éxito variable según el año.
Este la jugada les está saliendo bien a musgos y líquenes, que tapizaban casi todas las piedras. Y en todo caso, estas aguas "tardías" que prolongarán el verdor hasta más tarde, cuando dentro de algunas semanas comience a apretar el sol, son en general beneficiosas para todos los que pululan por el monte mediterráneo, y que de forma más o menos directa dependen de lo que ahora se está produciendo en las hojas.
Y aquí termino la entrada: la crónica de un paseo en una mañana desapacible, con pocas flores y menos bichos, que no dio para mucho más en términos naturalísticos; pero que como de costumbre sí resultará inolvidable desde un punto de vista humano. Y perruno. Y roedor: que hasta los trayectos cortos se acaban prolongando gracias al bendito tráfico madrileño, y la música nos salva más de una vez...
No hay comentarios:
Publicar un comentario