Tren entre Madrid y Orense: uno de mis pasatiempos favoritos. Salimos aún casi de noche, pero al otro lado de la Sierra ya clareaba como para cerrar el libro y contemplar embobado las evoluciones de los chepudos milanos negros sobre el trigo verde. Y como el entorno de Bloemfontein es mayormente castellano: estepario allí donde no hay cultivos o ganado, me dio por pensar en qué me encontraré cuando ande por allá abajo... Milanos habrá también: los que ahora nos visitan estarán también allí en invierno; quiero decir, en verano. Va a ser curioso eso de que sea verano en diciembre... suerte que tengo, por otra parte, de llegar cuando menos aves hay, para irme aprendiendo las residentes poco a poco... Un macho de aguilucho lagunero, tricolor, escudriñaba un lavajo a las puertas de Medina del Campo; y pensé en que allí habrá aguiluchos negros. Vi muchos busardos ratoneros, aquí y allá, y pensé en que allí estarían los (tricolores, estos también) busardos augures. Vi un par de corzos, que se retiraban a descansar al amparo de los pinos; y preferí no pensar en la cantidad de "cabras" todavía indistinguibles para mí con que me voy a encontrar allí abajo. Vi las laderas zamoranas y gallegas cubiertas de brezos rosados, me acordé de que en Sudáfrica las especies de Erica se cuentan por centenares, y me agobió pensar que, si bien apenas sé nada de antílopes y compañía, me temo que mi desconocimiento de la botánica local, del ambiente real con que me voy a encontrar, es vergonzosamente bajo... y luego vi mil tojos, floridos también, y se me quitó la tontería. Y más tarde, en casa, vi un racimo de uvas sudafricanas sobre la mesa. A punto está ya de empezar el otoño...
PD. Y vi también conejos, entrando y saliendo de sus madrigueras, al pie de los terraplenes del tren y de las autovías. Y se me ocurrió que, ellos sí, estaban literalmente socavando los cimientos de la civilización occidental...
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