La visita a la aldea no buscaba un fin meramente espiritual, claro, sino también nutricional. A los restos veraniegos (tomates, berenjenas, dos sandías) y a las patatas, que deberán durar hasta la cosecha siguiente, se unen ahora los frutos propios del otoño: muchas manzanas este año, de esas manzanas de huerta que, picadas por los bichos y maltratadas por el tiempo cambiante, no lucen ni por asomo tan perfectas como las de las tiendas, pero que saben mucho mejor... salvo que las nuestras, ni eso: no saben a nada, y si por mí fuese esos manzanos ya no estarían ahí. Como contraposición, solo cuatro membrillos, pero que, aun estando medio verdes, ya saben y huelen bastante mejor. calabazas butternut también, de varias razas: veis una mínima parte de las que son. Una saqueta de nueces colgando de la bicicleta, que más estática no puede estar y que solo se usa de perchero; y un cesto con solo una pequeña parte de las castañas que llevamos cogidas este año y que son, como de costumbre, más de las que nos llegaremos a comer. Cosas de la mentalidad: estuvimos recogiéndolas, espalda arqueada, hasta que ya literalmente no se veía nada; pero no por el gusto de darles salida, sino "para que no vengan a cogerlas otros"...
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