Mis últimas horas en Francia tuvieron un añadido turístico con el que en principio no contaba: como el avión que nos llevaría a Barcelona a Marta y a mí salía de Lyon a última hora, dejamos nosotros Dijon a primera, para así tener todo el día disponible para visitar la villa de Saint-Exupéry.
La fisionomía de la tercera ciudad francesa por población, tras París y Marsella, viene determinada en gran medida por dos grandes ríos, que dentro de ella se funden en uno: el receptor, el Ródano, al este, proveniente de los Alpes...
... y el afluente, el Saona, al oeste, que desciende hacia Lyon prácticamente desde tierras dijonesas. La margen derecha del Saona, donde se eleva la colina de La Fourvière, acoge los restos romanos de Lugdunum, y la ciudad vieja...
... mientras que el espacio entre ambos ríos, la "península" (presqu'île, aquí vista desde el aire), largamente reformado en la Edad Moderna, viene a representar el auténtico "centro" de la ciudad, con edificios oficiales como el ayuntamiento (Hôtel de Ville)...
... algunas iglesias monumentales, como la de san Niceto de Lyon, de estilo gótico flamígero...
... los "traboules", pasajes entre edificios reutilizados en buena medida como galerías comerciales...
... y la gran plaza (vacía, desaprovechada, innecesariamente grande... desde mi punto de vista) que no falta en cualquier ciudad francesa que se precie; aquí, la plaza Bellecour.
Del lado del viejo Lyon, el edificio más notable "a ras de río" es la Catedral de San Juan Bautista, sede de gran importancia en la historia de la Iglesia y la política en Francia.
Pero decía "a ras de río" porque los monumentos más conocidos de esta parte de la ciudad están Fourvière arriba, encaramados a la colina, a la que se accede o bien cómodamente en funicular, o bien haciendo piernas por carreteras y calles que remontan en zigzag o por empinadas series de escaleras, que aunque sin serpientes recuerdan a las del juego de tablero.
Entre tales monumentos, destaca principalmente la Basílica de Notre-Dame, que (aunque sean bastante distinta) se da un gran aire a la del Sacre-Coeur de París: ambas son coetáneas, construidas como reparación espiritual tras la guerra franco-prusiana; la piedra blanca de ambas destaca sobre lo alto de un monte en sus respectivas ciudades, y ambas mezclan elementos bizantinos y góticos en su estructura arquitectónica.
La Basílica se ve desde toda la ciudad, e igualmente toda la ciudad se ve desde ella: la ciudad vieja primero, la presqu'île luego y finalmente la parte más moderna de la ciudad.
Vistas de las que disfrutan a diario las lagartijas roqueras Podarcis muralis del monumento, como esta que veis asomada al pretil del muro de arriba.
Y, aunque nos quedaron muchas cosas por ver, nos despedimos del turisteo lionés en la parte más antigua que se conserva de la ciudad: el Anfiteatro de Las Galias, teatro romano del S. II, todavía en uso hoy en día cuando se celebran festivales musicales o dramáticos en la ciudad.
Día agradablemente soleado, como veis, el que nos tocó hace un mes al decir "adiós" a Francia. Poco que ver con la Semana Santa dijonesa del año pasado, al poco de llegar yo a tierras mostaceras: semana en que a Álex y a Andrea les tocó aguantar cielos grises y días fríos, como mi humor de aquellas... pero bueno, con sol o sin él, lo que está claro es que estas aventuras lejos de casa se disfrutan mucho más acompañado. En Sudáfrica os espero pues...
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