Es difícil calcular las vicisitudes del tráfico madrileño, y no es la primera vez que, al quedar con alguien que viene en coche, me toca esperar un poquillo... lo asumo, y no me importa; pero ayer tarde, encima, lo disfruté: un minuto más tarde de las ocho, y confundidos con la pequeña nube de las últimas gaviotas inmaduras que aún no han migrado al norte, y que subían a esa misma hora del vertedero de Pinto a los embalses de la Sierra; empezaron a verse pequeños puntitos en el cielo. A lo largo de los veinte minutos siguientes, esos puntitos fueron bajando cada vez más y más, y ya cuando por fin nos fuimos a cenar, los vencejos (que eso eran; pálidos, todos los que pude ver bien) volaban bajos sobre los tejados de Lavapiés, distribuyéndose poco a poco en los huecos en que anidan. Eso es lo que hacen los vencejos adultos, que son los primeros en volver de África, durante sus primeras semanas de estancia: pasan el día alimentándose lejos de los nidos, y vuelven a última hora a dormir, en vez de pasarse el día ganduleando sobre las ciudades como los jovencitos que llegarán dentro de algunos días... Pero bueno, que me pierdo con disquisiciones biológicas: a lo que voy es a que ayer, por fin, pude quitarme el mono vencejil del que os hablaba en la entrada anterior. La SEO no los ha declarado aún nunca "Ave del Año", pero desde luego los vencejos lo son para mí, cada año...
Y enlazando con esto último, os comento que en el número de abril de EMNMM sí hablo del "Ave de Año 2017" oficial: el sisón. Espero que os guste.
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