De madrugada, un ruido novedoso desde que estoy en Sudáfrica me despertó: por encima del viento, muy fuerte, se escuchaba el agua golpeando contra paredes y ventanas. A lo largo del día ya han ido desapareciendo del cielo las nubes, y antes incluso se había desvanecido el olor a tierra mojada que me rodeaba al ir a la facultad; pero fue ese olor, el de la lluvia tras muchos días de sol, mezclado con los vaivenes presentes de mi vida laboral, el que me hizo pensar en la berrea de los ciervos, que suele también desatarse tras las primeras lluvias de otoño...
Primero, por lo estadístico. Aunque no trato aquí con ciervos, sino con gamos. O, mejor dicho, con GAMM: los modelos que, tras un poco de investigación y un mucho de romperme la cabeza y desesperarme, decidí que eran lo que mejor me venía para analizar mis datos de termiteros.
Puede que antes de enviar el artículo acabe arrepintiéndome, o puede que a posteriori un revisor, avispado o avinagrado, pida que se analicen los datos de otra manera; pero de momento he aquí lo que he conseguido: una gráfica un tanto fea que indica cómo, a medida que avanza el día, la temperatura interior de los termiteros sube o baja hasta grado y medio, a rebufo de la temperatura exterior...
Esto en cuanto a los gamos. Las ciervas, que no los ciervos, fueron en cambio las que cornearon a media mañana: tras medio año de presentaciones, subsanaciones y deliberaciones, salió hoy publicada la propuesta de concesiones de las Juan de la Cierva. Otro año más, y ya van tres, en que se esfuma esa posibilidad de pasar un par de años en Sevilla. Otro año, y ya irán cuatro, en que lo intentaremos en la próxima convocatoria. Por suerte, la decepción me pilla con trabajo. Que más cornás da el hambre...
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