No me han dado ganas todavía, pero supongo que existe el riesgo de ponerme a comparar, a muchos niveles, cómo fueron mis inicios en Francia hace algo más de un año, y cómo lo están siendo aquí. Intentaré no hacerlo, que las comparaciones son odiosas etc.; pero sí hay una cosa en la que (como, por otra parte, era de esperar) Bloemfontein le da mil vueltas a Dijon: el tiempo. Ni una nube, en la semana que llevo; mientras que ailleurs me recibieron con nevadas. Y eso que allí llegué a las puertas de la primavera, y aquí a las del invierno... hace frío de noche, no os voy a engañar: cuando salgo por la mañana estamos a 2-3 ºC, pero luego enseguida se notan los 29º (de latitud; como Canarias), y nos ponemos rápido a 20 (ºC otra vez).
No hay quejas del tiempo pues, ojalá que sea el invierno así; pero no os vayáis a pensar que en África son todo miel sobre hojuelas... he empezado a salir a correr otra vez (entre pitos y flautas llevaba tres meses en dique seco), y el primer día volví a la residencia con las zapatillas así:
¡¡Llenas de espinas!! Que no son "espiguillas", no, sino los frutos espinosos de vaya usted a saber qué, que se clavaron en mi suela como tachuelas para dispersarse, a falta de la pata de elefante o pie de nativo que utilizasen antaño... me dará miedo, supongo, cuando me dé de bruces con un león. Pero África ya me está revelando su cara más feroz aún antes de salir del campo...
PD. Espinas en los pies... y agujetas en las piernas. Esto de dejar el ejercicio y creer que no va a notarse luego...
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