Sigo aprovechando las vacaciones navideñas para hacer la ronda habitual de visitas a amistades, y de reencuentro con el mar cuando me acerco a Marín a ver a Raúl. Pero como el pobre no se encontraba muy allá, en vez de salir en la barca, visitamos un sitio que, tan cercano a Marín como está, me extrañaba no haber visitado aún.
El Pazo de Lourizán, antigua casona señorial que alcanzó su época de mayor apogeo cuando se convirtió en la residencia de verano del prócer compostelano Montero Ríos, alberga a día de hoy en sus jardines con vistas a la ría un centro de investigación forestal, donde se desarrollan variedades vegetales y se ensayan tratamientos contra plagas.
Entre otros, cuenta con un eucaliptario: un bosque de multitud de especies de eucalipto (algunas, la verdad, bastante bellas) donde se evaluaba qué variedades se podrían adaptar mejor a nuestras tierras de improductivos robledales... éxito no les faltó en la empresa, la verdad.
En fin. Al pazo histórico en sí no se le da uso por parte del centro de investigación, y aparentemente por dentro está en un lamentable estado de abandono. Por fuera, sin embargo, el aire descuidado le sienta muy bien a su arquitectura romántica...
Las estatuas que jalonan las escalinatas lucen mucho mejor contra el fondo de maleza un poco demasiado crecida y de bruma espesa, como la que estamos teniendo estos días.
Brumas densas que, aunque cuando levantan no turban el azul pastel del cielo invernal, dejan tras de sí tal cantidad de humedad que no desmerecería de una lluvia de verdad. Y en la finca abundaban los riachuelos, reguerillos de agua y fuentes; fuentes donde buscar salamandras y a las que sacar fotos buscando ideas para futuros proyectos...
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