domingo, 22 de julio de 2018

¿Por qué ya no disfruto viendo aves?

 ¿Os sorprende el título de la entrada? Más me sorprendió a mí cuando me lo dijo Joaquín ayer porque me di cuenta de que tenía razón. Si releéis la entrada de ayer, traspira más angustia que otra cosa: la pesadumbre por no ver lo que iba buscando (y más aún, la decepción de que la rapaz resultase ser un bicho ya visto) supera a la alegría de ver lo que sí vimos. El viaje por la zona de Ciudad del Cabo del fin de semana pasado, que empezaré a relataros en cuanto ponga algo de orden en las fotos, fue tres cuartos de lo mismo: mucho bicho nuevo, y mucho enfado por no ver otros que contaba fuesen "fáciles". Supongo que tengo cierta disculpa: Sudáfrica queda lo suficientemente lejos como para que no volver nunca sea una posibilidad bastante real, y como el tiempo que queda, o el que pasé en las áreas naturales, es limitado, pues me pueden las ganas de querer ver cuantas más cosas nuevas mejor, tanto más las endémicas, a costa de sacrificar la calidad o el placer de las observaciones. Hace mucho, la verdad, que no me paro (ese es el verbo, pararse, en vez de ir de un lado a otro) a ver un bicho más de un minuto. Mucho tiempo que no disfruto viendo simplemente cómo las aves más comunes comen, se bañan o descansan, sin más...

... y tiene que ser mi madre la que lo haga:

Esta foto me mandó hace un rato, de unas golondrinas tomando el sol en la repisa de una ventana de la casa de la aldea. Retorcidas como no las he visto nunca, que parece que están muertas, que alguien las ha estrujado y dejado ahí. A saber qué bicho les ha picado... imagino que solo se colocan de forma que el sol les dé de pleno donde más gusto les da el calorcito, como hago yo en estos mis últimos días en el invierno austral, soleados pero fríos. A ver si cuando vuelva, ya sin ansias que matar (que no aparezca una rareza cerca, vaya), vuelvo yo también a tomármelo con tanta calma como ellas, a disfrutar un poco...

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