Mucha, mucha hierba, hierba alta por todas partes entre Orense y la aldea, como si no quedasen vacas en Galicia. Tras una comida de domingo inusualmente rápida y ligera, nos acercamos ayer por la tarde hasta Vilar de Barrio, a reforzar con nuevos efectivos la plantación de tomates.
Este año mi madre se ha envalentonado y ha expandido un poco más la superficie cultivada. Lo mejor y más destacado: que tras muchos años de sequía, volvemos a tener patatas propias. O bueno, a final de verano las tendremos para ser más precisos, si Dios quiere y el escarabajo no lo impide.
Cinco kilos de patata de siembra, veremos a ver cuánto rinden. De momento se las ve crecer bastante contentas, si bien demasiado juntas... Antaño había en mi casa dos momentos de esfuerzo familiar colectivo: uno era la matanza, el divertido. Otro el día de recoger las patatas, el odiado: día de pasar calor pese al madrugón, respirar polvo y clavarme espinas en los dedos. Día que un año coincidió con mi cumpleaños, del que se olvidaron hasta mediodía. Día que este verano, tonto morriñento de mí, estoy deseando que llegue...
Y hoy a Madrid, a respirar ciudad y amigos antes de volver mañana a Dijón.
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