Trascurridos siete años desde el final de Prison Break, me entero ahora de que la serie no estaba muerta muerta, sino que tendrá una continuación (que lleva sin embargo un año prevista, que no se sabe cuándo se estrenará, y a la que no sé si le daré una oportunidad). Prison Break fue el título con el que me estrené "en esto de la series" nada más llegar a Madrid, mi primer contacto con algo que no fuesen series españolas de capítulos interminables por los anuncios, familias llenas de estereotipos y ausencia de escenas en exteriores. Casi diez años y muchos títulos más tarde, en mi vida y en la de todos lo de "las series" ha pasado de ser algo relativamente nuevo y cool a algo tan natural como (fue) leer o recomendar un libro. Y esta temporada 2015/16 se han despedido dos de las que venía siguiendo: Downton Abbey y Nashville. Dos series que de entrada no parecían tener nada en común, pero que sin embargo acabaron siendo prácticamente iguales: partiendo de sus respectivas y totalmente dispares tramas, acabaron transformándose en telenovelas en las que el interés de la historia de la Inglaterra de entreguerras o las canciones de country quedó ensombrecido por las aventuras amorosas y dramas de sus cada vez más numerosos y superficiales protagonistas. Pero se les acaba cogiendo cariño, y donde hubo fuego, cenizas quedan: la primera contribuyó en no poca medida a hacer crecer en mí una anglofilia de lo más peculiar, y la segunda a que a la hora de planchar, entre Sabina, Ellos y electrolatino, acabase colándose muchas veces el hombre de negro...
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