Dijon en agosto... es un rollo, la verdad. Salvo el centro histórico, que este fin de semana estaba hasta arriba de gente, la ciudad se ha vaciado (y la facultad, ni os cuento); resulta realmente llamativo la diferencia que hay entre estar allí en el centro en una calle y pasar a la de al lado, como si un muro invisible impidiese a la gente extenderse más allá. Todos los dijoneses se han marchado de vacaciones y atrás han quedado sólo los que no han podido huir, como en las guerras: los más viejos, los lunáticos y pandillas de chavales con pinta de maleantes.
Por irse, se han ido ya los vencejos, al mismo tiempo que se habrán ido ahí abajo; y se han ido hasta las flores: esta pequeña plaza que os pongo aquí luce bastante bonita, pese a las malas fotos que hace mi móvil aquí; pero por motivos que se me escapan la verdad es que la inmensa mayoría de los parterres de flores, que tan justa fama dan a otras muchas villas franceses, están en su mayoría ya pasados, como a la espera impaciente de un otoño al que aún le queda medio verano para llegar. Aunque yo ya tengo que volver a cenar con la luz encendida...
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