Trascurridos tres meses, la tierra ya no verdea hierba verde, sino que los rastrojos de la siega del forraje y del cereal tiñen A Limia de ocre y dorado. Se secaron también las patatas, y tocó recogerlas: los deberes de agosto.
De modo que bien de mañana, y sin avisar, para que nadie me tocase las narices explicándome cómo no se cogía una azada, bajé un día a la huerta a empezar a hacer músculo, intentando no partir ninguna demasiadas con el filo de la herramienta.
Y ¡oh, sorpresa! Nadie me había dicho que una de las tres hileras plantadas, lo estaba de patatas rojas. Al verles la cara mi madre, sin motivo aparente, se arrepintió de haberlas echado; pero yo me alegré en cambio al descubrirlas, por el hecho de tacharme una hortaliza nueva. Que ya hay que estar enfermo...
Aquí las veis, cara a cara, Kennebec y Red Pontiac, cerca de 30 Kg surgidos de los 5 iniciales. No es mucho, pero más que suficiente para los que so(mos)n en Orense y lo que se consumen. Y el año que viene, se chegamos alá, ya Dios dirá.
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