Tras los recuerdos de las clases de francés que os conté anteayer, si hoy os traigo más historias de mi infancia al blog vais a pensar que ando especialmente nostálgico... no es así; no de Orense, al menos. Pero bueno, es mi blog y cuento lo que quiero, así que al lío: de pequeño buscaba mil historias con las que entretenerme en el camino al colegio, que siendo más gordo y con las piernas más cortas se me hacía muchísimo más largo que cuando ahora estoy en casa de mis padres y me acerco al centro... eso claro exceptuando la fase en que nos dio a varios por ir corriendo al colegio por la tarde, simplemente por ver quién llegaba antes. Bueno, el caso es que en un tramo de la calle había (hay) un edificio, cuya puerta automática del garaje necesitaba un buen engrasado, y yo estaba deseando cada día que coincidiese mi paso por allí con la entrada o salida de algún vehículo... porque la puerta, a mí que me estaba criando a base de smacks y documentales a partes iguales, me sonaba exactamente igual que los indris de La Vida a Prueba... ¿Y por qué traigo esto a colación, me preguntaréis? Bueno, pues porque los que también necesitan engrasarse son los ejes de alguno de los tranvías que cojo entre casa y la facultad: pequeños lémures que siguen haciéndome sonreír...
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