Parece que estos días sólo hablo de Madrid... bueno, qué se le va a hacer, será porque tengo cosas que contar. Recordaréis que el 15 de febrero no fui yo el único que se fue, sino que Sonia se marchaba unas horas antes a Senegal, a trabajar como jefa de un campamento de investigación centrado en la conducta de los babuinos. Sus inicios allí fueron de todo menos sencillos, y si hubiese sido y me habría vuelto ya hace tiempo. Pero por suerte para el mundo, ella es mucho más valiente y resuelta, y a base de solucionar problema tras problema ya va haciéndose un hueco y empezando a disfrutar mucho con su nuevo trabajo.
Trabajo que, a mayores de ocuparse de las mil cosas que pueden torcerse cada día en un campamento en medio de ninguna parte, implica colaborar en buena medida en el trabajo de campo. Mientras que los doctorandos y otros investigadores que están allí (y para los que también tiene que hacer prácticamente de madre) se ocupan de sus proyectos concretos, ella saca adelante las tareas más de rutina, entre las que la menor no es memorizar las caras de todos los babuinos de su grupo, varias decenas, para saber cada día cuál está haciendo qué. Y a la colección de caras se añaden de vez en cuando unas nuevas, cada vez que nace alguna cría que hay que bautizar y registrar.
Y entre ellas está este piojo (y probablemente piojoso): Anthony, así llamado en honor del que estas líneas escribe. Y todo un honor, la verdad: a ver cuántos podéis tener que hay un mono en África que se llama como vosotros. Os vais a reír, pero con esos arcos superciliares tan marcados como si fuesen gafas que tiene, yo creo que un aire sí se me da... en fin, a ver qué le depara la vida. Espero poder contaros historias asombrosas de mi tocayo, de peleas con leopardos y proezas similares... confiemos al menos en que llegue a adulto. Espabilado al menos sí se le ve.
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