Un día cualquiera a primeros de diciembre, en que estaba de visita la novia de Miguel, Cefe y yo nos fuimos a dar una vuelta a nuestro aire, remontando el canal de Borgoña, junto al que ya habíamos paseado algunas semanas antes; pero ahora a su paso por Dijon. Aunque el día, despejado, calentó pronto, la noche había sido gélida, y nos encontramos con que buena parte de la superficie del agua estuvo congelada a lo largo de toda la jornada.
De trecho en trecho nos íbamos encontrando una serie de esclusas; que el interior francés es plano, pero no tanto, y este tipo de obras de ingeniería son necesarias para evitar que la corriente fluya con fuerza, y hacer posible el tránsito de gabarras.
Me gustaron las esclusas básicamente porque junto a ellas estaba siempre la vivienda del esclusero; en desuso las más de ellas, y rehabilitadas otras tantas a lo largo y ancho de Francia como viviendas de turismo privadas o de turismo rural, centros sociales y cosas así... me gustaron, digo, porque al provenir de familia de ferroviarios siempre me ha hecho gracia ver estas "viviendas estatales", todas básicamente iguales a lo largo y ancho del país, e imaginar a los distintos Antones (o Antoines, más bien) a los que sus padres y abuelos cuentan batallitas de "cuando la guerra, que vivíamos en la estación de..."
A nada que uno remonta las aguas del canal desde Dijon, llega enseguida al lago Kir, un embalse a las puertas de la ciudad que represa las aguas del Ouche, el río (riachuelo, más bien) que, las más de las veces paralelo al propio canal, atraviesa también la villa. El lago lleva el nombre del personaje dijonés moderno más relevante: el canónigo Félix Kir, héroe de la resistencia durante la II Guerra Mundial, y alcalde de la villa y senador desde el fin de la guerra hasta su muerte en 1968.
El padre Kir (inventor además de un aperitivo disponible en todos los bares de Dijon), en su faceta de alcalde, decidió que a la ciudad le hacía falta un lago donde la gente fuese a nadar y pasear en barca. Con lo que no contaba es con que además de regalo del lago se levantase en invierno la niebla que no nos deja ver el sol en todo el invierno... en fin. Al menos me queda la consolación de que algunas aves acuáticas también se animan a dejarse caer por el Kir. No tantas gaviotas como me gustaría, apenas alguna reidora que otra, pero sí unos cuantos porrones moñudos y comunes, zampullines chicos...
... cormoranes grandes, que cuando se posan todos a secarse al sol me recuerdan a alguna secta egipcia de adoradores de Ra, y me hacen pensar en la canción de la película del joven Sherlock Holmes...
... o una garza real con pinta de vejo cascarrabias. Lo normal de una zona acuática semiurbana, vaya. Algún mamífero que otro había también:
"Es la primera vez que veo que alguien llama 'preciosa' a una rata", dijo Cefe, un tanto sorprendido; pero es que esta rata parda Rattus norvegicus se portó la mar de bien delante del objetivo; que justo la única fotografía donde las hierbas no le tapaban el ojo me saliese desenfocada es sólo culpa mía.
Las que sí me salieron mejor fueron las fotos del "bimbo sorpresa" que os anunciaba ayer: ¡una rata almizclera Ondatra zibethicus! Ya os había comentado en la entrada de los coipos que en Centroeuropa existía esta otra especie de roedor americano semiacuático, introducida para su aprovechamiento en peletería. Tenía yo miedo de que en directo me costase distinguirlas de una rata de agua normal, pero la verdad es que el tamaño del bicho (difícil de juzgar en la foto, lo sé) no dejaba lugar a dudas.
Un último roedor, una ardilla roja Sciurus vulgaris, demasiado rápida para mis reflejos. Mucha gente vive con la idea de que las ardillas acumulan mucha comida para luego hibernar, para pasarse el invierno durmiendo; pero en realidad esto es la mezcla de dos ideas: hay especies de ardilla, como ésta, que sí acumulan en huecos de árboles o enterrada toda la comida que pueden, pero es porque en invierno siguen despiertas (a la vista está), y recurren a sus reservas si un día no encuentran suficiente alimento con que pasar el día. Las ardillas que sí hibernan (muchas de las americanas por ejemplo, las "de Disney") en otoño comen mucho, pero no guardan comida para el invierno porque en invierno... pues eso, duermen :-)
Cierro ya la entrada con un pajarete que comparte en buena medida coloración con la ardilla de antes: un martín-pescador europeo Alcedo atthis (hembra, pico naranja y negro en vez de todo negro), un bicho que conforme pasa el tiempo me voy dando cuenta de que no es nada complicado verlos en ambientes urbanos, donde son más discretos que tímidos...
... y con un último mamífero bastante poco discreto y nada tímido, que se lo pasó como un niño chico rompiendo a patadas el hielo de la superficie del lago... y espantándome los patos de paso. Pero ¡qué suerte he tenido, con mis "nuevos" compañeros de postdoc!
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