Una tarde de sábado como la de ayer, primer día en varias semanas en que tuvimos temperatura mínima positiva, primer día del año en que comí fresas (de Huelva, sintiéndome un antisistema aquí en Francia); Miguel y yo salimos a dar una vuelta y, sin haberlo planeado, acabamos por visitar el Museo Arqueológico de Dijon.
El edificio del museo es una antigua abadía benedictina aneja a la catedral de San Benigno, y contiene piezas sobre todo de origen romano y medieval, organizadas por pisos.
En el sótano, por ejemplo, estaban los restos de origen galo-romano; principalmente los provenientes de un yacimiento en el nacimiento del Sena, no lejos de Dijon, donde se ubicaba el santuario de la ninfa Secuana.
El santuario era un lugar de peregrinación de enfermos y, como tal, la mayoría de los restos del mismo son exvotos aportados por los peregrinos; mayormente, cabezas.
De hecho si de algo andan sobrados en el arqueológico de Dijon, por contraposición con tantos otros museos de arte romana, es de cabezas: había para dar y tomar, de todas las formas y tamaños.
Otra sala. El museo no era allá muy grande, y además cada una de las salas solo tenía piezas en la mitad. Imagino que esto es así para que la gente pueda apreciar, además de lo expuesto, la propia arquitectura de las salas; pero la verdad es que hacía un efecto bastante pobre. Otras cosas que no me gustaron: el suelo de las salas del sótano cubierto de grava de río (¿!) y los focos en el suelo que deslumbraban al querer mirar las piezas de cerca.
La primera de las salas de arte romano tenía exvotos de los que se habían curado, y esta segunda... los "exvotos" de los que no, supongo: contenía diversos monumentos funerarios, más o menos sencillos o pomposos.
Algunos tenían escenas simpáticas, como este de un peregrino y un mozo arreando dos mulas, u otros con escenas de mercados y cosas así.
Otra sala, primer piso, arte románico básicamente. De nuevo la sala medio vacía y desangelada, pero al menos sin los otros problemas de la del sótano.
Entre muchas otras esculturas provenientes de antiguos conventos e iglesias de la región, un par de tímpanos como piezas principales, muy bonitos: una Última Cena a un lado, con un Judas enanito robando el pescado...
... y un Pantocrátor al otro.
Y cabezas, por supuesto; las cabezas que no falten en el Arqueológico. No sé si es que el día me pilló algo de malas o qué, pero creo que visité el museo un poco dispuesto a que no me gustase, y a compararlo todo el tiempo con el de Orense, que recuerdo en general con bastante poco cariño porque siempre fui a visitarlo de pequeño y obligado. En una época además en la que, al no distinguir muy bien la Prehistoria que me interesaba de la arqueológica, me indignaba muchísimo que no hubiese esqueletos de dinosaurios. Lo único que se salvaba pues era una estatua de un jabalí que por allí andaba...
También el museo de Dijon tenía sus animales pétreos, además en este caso mucho menos habituales: nada más ni nada menos que un par de puercoespines, curioso emblema heráldico de Luis XII de Francia.
Y aunque por Francia adelante hay algunos puercoespines más un tanto más decentes, estos de Dijon... se daban un aire un tanto extraño, no sé yo...
Y aquí os dejo con Miguel como protagonista principal de la imagen, aunque ya lo habéis visto como espontáneo en varias de las anteriores. Miguel: compañero de un fin de semana sin grandes planes, cierto es, pero que al tener a alguien con quien comentar y reírse se disfrutan inmensamente más. Qué diferencia con antes del verano, vaya...
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