Cada
vez lo tengo más claro: el viernes por la mañana es el mejor momento del fin de
semana. Y, por extensión (ya que, aunque nos guste el trabajo, también nos gusta
descansar), de la semana entera. Como sé que es una teoría que no suele gozar
de igual aceptación entre la gente con la que lo comento, voy a intentar
explicarme al gran público: ¿por qué existen las decepciones? Porque los
humanos realmente somos capaces de disfrutar más de la idea de algo que va a
llegar (una película, un viaje, un ligue, un helado…) que de la cosa en sí;
seguro que algún filósofo o sicólogo le ha puesto nombre a esto ya… El viernes
por la mañana pues, como el huerto de Fray Luis, contiene, encierra y condensa
la esperanza del fin de semana que está a punto de llegar; ya sea un fin de
semana lleno de planes o uno con la única idea de desconectar un poco de la
rutina. Sea como fuere, los viernes me levanto siempre con muchas ganas; y
seguramente sea algo más mental que real, pero siempre me parece que el día se
despierta más luminoso y alegre, que la gente está más contenta y que los
pájaros se dejan ver mejor. Qué ganas tengo ya de que llegue el siguiente…
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