Ayer, en que me crucé por la calle con multitud de niños sudamericanos y filipinos vestidos con sus trajes regionales típicos (de chulapos, quiero decir, por supuesto), en que me crucé con un viejo, muy viejo y muy de barrio (camisa que le quedaba grande, visera de publicidad, gordito y sentado de lado, con muleta y mal afeitado...), leyendo una encíclica en un banco de la calle; ayer, digo, no fui a la Pradera, que ya me había acercado el domingo con Vero y otros amigos suyos, sino que fui a comprarme libros. Uno, fiándome de la recomendación amiga, espero que me guste; del otro no tengo dudas, pues no he leído aún nada de Waugh que no lo haga. Tuve precisamente estos días un pequeño dilema con Rendición Incondicional: ¿me lo acabo rápido, para dejarlo en Madrid y no cargar con bultos innecesarios cuando me marche, o me lo reservo en cambio para tener algo que leer durante el viaje? Pero a medida que pasaban los días sin visado, y que me iban quedando menos páginas por releer, el dilema se deshizo solo, y salí de la Casa del Libro con el primero que os enlazo, y de un puesto de Moyano con este otro:
Los Seres Queridos, la penúltima novela de Waugh que me queda por leer. Aunque hay ediciones posteriores, españolas, de escasa tirada y difíciles de rastrear; este libro que encontré es en cambio de la primera edición en español, impresa en un Buenos Aires en pleno apogeo peronista treinta años y nueve días antes de que yo naciese. Y no hablo de la "primera edición" con ínfulas bibliófilas y coleccionistas; preferiría que no estuviese tan baqueteado, la verdad, con un lomo que no sé si aguantará ya muchos trotes. Pero es cierto que sus páginas amarillentas, de pliegos mal recortados, huelen, a Historia y a aventuras. Qué bueno es, que un libro te emocione incluso antes de empezarlo...
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