viernes, 19 de octubre de 2018

Reclinatorios

 Fui hoy hasta la facultad, de frente. Es ya mi tercera visita en estas dos semanas, pero las veces anteriores había ido de tapadillo, a ver a gente concreta, y hoy me armé de valor y subí a la planta 9 a saludar a todos. Decir lo de "armarse de valor" suena un poco ridículo; y además es mentira, pues miedo no tenía, pero sí una sensación rara e incómoda, un "¿y qué me va a decir la gente? ¿Y qué les voy a contar?" Una tontería, vaya, pues me recibieron muy bien. Y comprobé además con agrado y alivio que habían cambiado las destartaladas ventanas por otras que, pasmaos, cerraban; eso que me ahorro cuando me toque la lotería... Me di una vuelta muy agradable y muy pausada por el Botánico, comprobando con agrado que de los frutos del membrillero apenas sí quedaba el corazón, todo roído; y que los picogordos, siempre preciosos, siguen bajando en invierno del arboreto de Montes a comer al jardín. Cavilando, cavilando, me di cuenta de que los de A están este año en su último curso (ojalá que todos), y me sentí un poquito viejo...

Fui a la facultad de todas maneras "de rebote", porque lo que en realidad me llevó hasta Ciudad Universitaria fue recoger en Investigación unos certificados que había solicitado, que tenían que estar la semana pasada y que no estaban aún. Investigación ya no está en el Rectorado, sino en un pasillo lúgubre de la trasera de la Facultad de Medicina (aunque las oficinas en sí sí están renovadas).


Un pasillo cuyos bancos de madera para sentarse me llamaron un poco la atención por lo familiar, y cuya identidad quedó meridianamente clara cuando, a mayores de los bancos, vi ¡un reclinatorio! a juego... ahí, ahí podrían arrodillarse a hacer examen de conciencia más de uno y de dos de nuestros responsables de investigación, presentes y pasados.

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