Fin de semana de tiempo revuelto y actividades urbanas: esta mañana una ardilla se paseaba por el seto frente a mi ventana, y creo que ésa será mi observación naturalista más destacada de estos días; el primer mamífero francés que veo, tras la liebre que espantamos nada más tomar tierra en Lyon hace ya tres semanas. De modo que, para no dejaros huérfanos por más tiempo de imágenes de campo, rescato una imagen que, con ser mala, me resulta de lo más querida:
Es la foto de un pájaro bastante confiado sobre una piedra. Una piedra que era el borde de un acantilado, un acantilado que formaba una de las dos paredes de un estrecho desfiladero, y al pie del mismo una carretera que serpentea acoplándose a sus revueltas. La carretera es uno de los tramos desdoblados de la antigua A-4 a la altura de Despeñaperros, que es el nombre del susodicho desfiladero. Y el pajarillo de cabeza grisácea, cuerpo rojizo estriado, banda alar negra y blanca y llamativa marca amarilla en la base del pico; venido de las montañas del norte y que allí pasaba plácidamente el invierno el diciembre pasado, es un acentor alpino Prunella collaris.
Y esta foto es la prueba de que, efectivamente y como os dije en su día, esta más que bienvenida adición a mi lista de aves de 2015 estaba allí. Esta foto me permite además comunicaros mi alegría porque, gracias a Dios y a los buenos quehaceres de mi tocayo, mi cámara de fotos perdida finalmente apareció en el maletero de Álex, donde la habíamos buscado ya con ahínco; mi cámara y más fotos de ese último gran viaje de campo de 2015 que recuerdo estos días con bastante morriña. Más fotos para las próximas entradas...
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