Estaba ya cerrando el ordenador antes de irme a casa cuando una última mirada al periódico me dibujó una sonrisa en la cara: una noticia tonta, de ésas por las que La Voz de Galicia pagaría seguro, pero que ha sucedido en Madrid. La noticia de que la policía investigará el hallazgo de un delfín muerto en la Casa de Campo, con foto incluida. Y sonreí no porque la noticia me pareciese ridícula, sino porque enseguida, a la vista de la tela metálica envolviendo el cuerpo, entendí qué hacía allí el bicho. Que ya llevo muchos años de Facultad de Biología, muchos años rodeado de gente con la inofensiva (e incomprendida) afición de montarse en casa su museo particular... mi voto, y lo que le contaría a los policías si tuviese Twitter, va para: friki (¡a cuántos no conoceré yo así!) madrileño de vacaciones encuentra en la playa un delfín (que no es tan raro, por otra parte) y se le hace la boca agua pensando en tener el esqueleto en su casa. Ni corto ni perezoso se lo lleva en el coche, soportando (por darle colorido a la historia) las quejas de todos sus amigos y las amenazas de ruptura de su novia (no tiene), y al llegar a la capital, como no tiene ollas lo suficientemente grandes donde cocerlo para limpiar los huesos, confía el trabajo a la naturaleza, y lo deja donde creía el pobre que nadie lo encontraría, bien rodeado de tela metálica, para que cuando se vaya deshaciendo no se le pierda ningún hueso. Seguro que se acerca de vez en cuando a ver qué tal va el proceso, y la próxima vez que vaya se llevará un tremendo chasco. Me da bastante pena el chico, no os penséis...
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