Ha llovido con ganas hoy a mediodía y granizado un poco, pero se ha quedado luego un atardecer soleado y relativamente templado; caprichos primaverales. Son ya mayoría los ciruelos, endrinos y similares que se visten de blanco, y los setos que se visten de verde; y a los pájaros les están empezando a entrar las prisas. Me lo recuerda una corneja con la que coincido por las mañanas mientras desayuno mirando por la ventana (esta vez soy yo el que observa): la susodicha llega, se posa en un ¿manzano? que asoma por detrás de los avellanos, y empieza a intentar llevarse alguna rama para el nido que estará montando no sé dónde. El pico de las cornejas es terriblemente versátil, pero siendo tan recto y liso, si para algo no parece especialmente útil es para tirar de una rama e intentar romperla, y la pobre prueba con una, con otra y con otra más, normalmente sin resultado; nada que ver con la eficiencia de las cotorras argentinas, por ejemplo. Y me preguntaba yo, al ver su cara de angustia (se le ve), de que llega la hora y no tiene el nido hecho, me preguntaba que por qué no se contentaría con coger palitroques del suelo, que por qué esa obsesión por las ramas vivas, elásticas y fuertes, y tan difíciles de romper. Y supongo que yo mismo me respondo: siendo vivas, elásticas y fuertes, le darán más resistencia al nido que los palos muertos, medio podridos y quebradizos. Pero ¡qué lastima verla sudar, cada mañana...!
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