¡Por fin, termino ya con las entradas sobre mis viajes recientes! Parece mentira: otras veces me pilla la vida falto de ideas para escribir y desearía tener al menos fotos que comentar; y ahora que sí las tenía, las iba dejando en la recámara de un día para otro... no sé si será porque no son muy buenas, pero en fin, eso tampoco es sorpresa...
Os contaba en la entrada anterior que el domingo 11 nos despertamos en una Lovaina lluviosa y tristona, pero el día anterior no: el sábado lució un sol radiante durante toda la jornada. Y por la mañana fuimos a visitar el Parque Nacional de Hoge Kempen, lindando ya con la frontera de Holanda.
En España asociamos "parque nacional" con grandes paisajes agrestes, montañosos las más veces, y en general con poca presencia humana. Las montañas, claro, son mas difíciles de colonizar y transformar que el llano. Por eso aquí en Centroeuropa los parques nacionales son bastante más modestitos: bosques de llanura, que se salvaron (o, más bien, recuperaron) de la tala, y tampoco demasiado grandes. Hoge Kempen en concreto es un terreno bastante arenoso, y por ello poco apto para cultivar: dunas fósiles de cuando el mar estaba más metido en los Países Bajos, cubiertas ahora por brezales de brecina y bosques más o menos mixtos y repoblados de pino albar y robles variados.
Bosques en donde lo avanzado de la hora a la que fuimos, y la afluencia notable de paseantes, no nos dejaron realizar grandes observaciones ornitológicas (aunque sí escuchamos durante bastante tiempo reclamar y tamborilear un picamaderos negro). Suerte que, a falta de cielo, siempre queda el suelo para echar un ojo. Y más nosotros, que nos entretenemos fácil, ya sea con un Carabus sp. grande y brillante...
... o intentando perseguir una rana bermeja Rana temporaria, mucho más ágil entre los zarzales que nosotros.
Por supuesto no faltaban tampoco las charcas en que echar un ojo a todo lo que pululaba fuera y dentro del agua.
Por fin pudimos por ejemplo echarle un ojo a las ranas verdes, pero... nos quedamos casi como estábamos. Os cuento el problema: en buena parte de Centroeuropa hay dos especies de rana verde, la mayor Pelophylax ridibundus y la menor P. lessonae, relativamente similares, y que se diferencian en una serie de detalles de la coloración y la morfometría (en mano, digo, que si me dejasen un laboratorio un momentito otro gallo cantaría...). Pero a mayores hay un taxón híbrido, la rana verde comestible P. kl. esculentus derivado de las otras dos, con caracteres intermedios entre ambas. Estas ranas en realidad no son híbridos "sin más", sino cleptones, una cosa que ya sería muy larga de explicar (pero os dejo un enlace)... pero bueno, a lo que voy: que sin tener la experiencia previa de haber cogido y medido muchas de estas ranas, uno coge las pocas a las que pudimos echar el guante, y se queda como estaba. Así que ahí arriba tenéis una rana que no había visto antes, pero ¿cuál? A saber...
Menos mal que los sapos corredores Epidalea calamita son mucho más sencillos de identificar, y le calman a uno los nervios. A éstos nos los encontramos enterrados un poco por todas partes cerca de las charcas, escapando del calor del mediodía. Y todavía nos quedaba un encuentro con otro vertebrado, uno que sin duda seguiremos recordando cuando ya no nos acordemos de si vimos ranas o no... pero ya lo dejo para la siguiente entrada.
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