Continuando
con el relato de ayer, tras pasar la mañana persiguiendo despreocupadamente
ranas y sapos, quisimos hacer después de comer una de las rutas del sur del
parque nacional. La misma empezaba como una pista a través de un bosque no muy
distinto al de por la mañana, con charcas entremezcladas, y tras dar un giro
salía del bosque y lo rodeaba, dejando al otro lado una suave pendiente
cubierta de brezos y arbolillos jóvenes que descendía hacia un embalse. Nadando
en el mismo, y posados en sus orillas, inconfundibles por su aspecto patilargo
y desgarbado, había varios grupos de gansos del Nilo Alopochen aegyptiacus, una
especie introducida bastante común en los Países Bajos. Todo era paz y tranquilidad:
ni un alma a la vista, al contrario que durante la mañana. El sol que empezaba
a caer resaltando los tonos anaranjados del matorral y los gansos…
… Lo
que sucedió a continuación te sorprenderá.
Mientras
íbamos paseando por la pista, ya poco a poco de vuelta al coche, y coincidiendo
curiosamente con un momento en que hablábamos de comer carne de caballo, empezamos a
oír relinchos provenientes del bosque. Ya cuando estábamos dentro habíamos
visto en algunas partes huellas de herraduras y montones de estiércol equino, así que no es que fuese una sorpresa. Seguimos andando, y al poco rato
nos dimos cuenta de que a algo menos de cien metros por detrás de nosotros
salía del bosque al camino, piafando mucho, un semental con pinta de Konik, o
alguna otra raza de caballos antigua. Como es cada vez más frecuente que en las
reservas haya hatos en libertad de caballos o vacas para mantener controlada la
vegetación, pues tampoco le dimos mayor importancia. Pero el caballo relinchó
con fuerza un par de veces mirando al horizonte… y después se giró hacia
nosotros y, al vernos, aceleró el paso, mientras que con la cabeza gacha y las
orejas hacia atrás, enseñando los dientes nos dirigía cariñosos relinchos que no hacían presagiar nada bueno…
“Tú,
que está todo cabreado, ¡vámonos!”, o algo así debí de decirle a Álex. Pero
cuando empezamos a andar con paso ligero, el caballo hizo lo propio, redoblando
sus señas de enfado… ¿Qué haríais vosotros en esa situación? Os digo lo que
hice yo, que no soy precisamente la persona más valiente del mundo, y que no me
siento especialmente relajado rodeado de animales mayores que una oveja: perdí
completamente los nervios. Tras evaluar la situación en una fracción de segundo
y darme cuenta de que el único árbol que quedaba cerca era un tronco muerto de
abedul, podrido y sin ramas, eché a correr ladera abajo y alejándome del
engendro hacia el embalse, con la idea de, si conseguía llegar antes de que nos
alcanzase, saltar al agua. Tras unos primeros segundos en blanco, recuerdo ver por
el rabillo del ojo cómo 1) Álex me seguía, y 2) que iba cada vez más despacio.
Me sentí entonces a la vez horriblemente mal por haber echado a correr sin
prestarle al pobre la menor atención, y tremendamente enfadado con él porque se
estuviese parando. Me giré a decirle que se moviese y, según sus propias
palabras, él descubrió entonces la literalidad de la expresión “rostro
desencajado de terror” (¡qué bochorno…!). Me di cuenta de que no se escuchaba a
la bestia, pero estaba terriblemente nervioso porque, al haber descendido por
la ladera, ahora los arbustos impedían ver qué había más allá de unos pocos
metros, y temía que la criatura saliese de repente de nuevo de entre los
mismos, sin darnos tiempo a reaccionar y a seguir corriendo. Álex dijo que él al
correr sí iba mirando hacia atrás, y que había visto cómo el caballo llegaba hasta donde habíamos estado
nosotros y que entraba en el matorral, pero que le parecía que se había
detenido unos pocos metros después. Haciendo una evaluación rápida de la situación,
Álex era partidario de remontar hacia el bosque, porque según él en campo
abierto el caballo nos alcanzaría sin dificultad, mientras que en el bosque
esquivando los árboles le costaría más correr, y además siempre podríamos subir
a alguno. A mí el bosque no me había parecido tan denso como para frenar el
avance de un caballo asesino, y además, dado que el caballo había salido de él, me parecía más
juicioso seguir caminado por entre los arbustos y cerca del agua, para poder
saltar dentro si venía, siguiendo la peregrina lógica de que el caballo no
querría tanto matarnos como “echarnos de allí”, y que el agua le parecería ya
“fuera” de su territorio. Y además, como el propio Álex recalcó (je, je), de
todos es sabido que los caballos, como los hipopótamos, odian el agua. Como
quiera que mi estado de nerviosismo no me permitía mover las piernas hacia
arriba de vuelta al bosque, pues seguimos andando pegados al agua, contra el
parecer de Álex. La verdad es que estuve tentado de darle la razón más de una
vez, ya que la zona por la que íbamos caminando ahora entre los arbustos estaba
llena de pisadas y bostas de caballo, pero a Dios gracias no nos cruzamos con
ninguno más, que no sé cómo hubiera reaccionado yo. Llegamos eventualmente a un
punto donde un pequeño arroyo que moría en el embalse había excavado un pequeño
barranco y, tras cruzar esa pequeña barrera psicológica, me sentí por fin un
poco más tranquilo.
De la manera más absurda, apareció entonces una señora de mediana edad en bañador
preguntándonos cosas en flamenco, que cambió luego al inglés para decirnos que
si éramos nosotros los que estábamos antes al fondo en la orilla del embalse…
“sí, supongo que sí” “Pero ¿erais los que estabais nadando?” “¿? No” “Ah, no,
nada entonces. Es que está prohibido nadar en el embalse…”. Genial, señora. La
dejamos allí velando por la ley y deseando por un instante que el caballo nos
estuviera siguiendo, y después de un rato, tras cruzar la verja que antes
habíamos atravesado para empezar el recorrido, me sentí por fin a salvo.
Bueno, pues hasta aquí la historia. Espero que os haya gustado, y que no os estéis atragantando con la risa, como parece que le sucedió a todos los que les contamos esta near-death experience por wasap justo después de que nos sucediese ¬¬. Intentando darle algo de sentido a por qué el caballo se comportó así con nosotros, me puse a buscar por Internet cosas sobre ataques de caballos, y llegué a la página de este curioso hombrecillo, que parece saber mucho de caballos. Seducido por su parecido con John Hammond, le escribí contándole un resumen de lo de arriba y pidiéndole su parecer; por lo demás sin muchas esperanzas de que siguiese vivo contestase alguna vez, visto el moderno estilo de su web. Inopinadamente no sólo me contestó en pocas horas, sino que de hecho lo hizo poniendo la historia a disposición de todo el mundo (al menos borró mi nombre, ejem). Así que, si antes contestasteis mentalmente a la pregunta de qué hubierais hecho, mirad ahora si concuerda con la respuesta de un experto mundial en la materia. Yo desde luego no puedo estar más de acuerdo con su decisión final de qué hacer con el caballo. Con patatas, si puede ser...
PD. Para los que os estéis preguntando quién narices es la señora de las fotos, os dejo con Michelle Dobyne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario