Pasamos en total dos noches alojados en Bermeo, en un piso la mar de agradable en el cogollo mismo de la villa, junto al puerto. Una zona de lo más animada ahora en verano, con actividad en la calle desde y hasta primera hora. Y en contraste con tal animación, ahora que por fin parece que el terrorismo etarra ha echado la persiana (o va camino, al menos), todas las pintadas y pancartas de las calles en favor de los presos (muchas), la decoración interior de la herriko donde tomamos el café después de comer y otros mil detalles; parecían un tanto trasnochados, casi kitsch. Más aún yendo en compañía de dos chavales a los que esto les queda ya incluso lejos, pues tenían apenas seis años cuando lo de Miguel Ángel Blanco, y no tienen memoria de cuando tocaba a atentado por semana. Supongo que es bueno, que la gente empiece ya a crecer olvidada de esto; bueno, y a la vez pésimo, si eso desemboca en una especie de revisionismo dulcificador. Al hilo de estas reflexiones, me encantó este artículo de Íñigo Domínguez; os lo dejo para cuando saquéis un rato esta semana...
... y yo paso adelante, de vuelta al campo. Tras Gaztelugatxe, nos fuimos hasta el Urdaibai Bird Center, pero como era cerca de la hora de comer y no nos pareció que fuésemos a sacarle mucho rendimiento a la visita al centro, visitamos sin más los dos observatorios libres situados al norte y al sur.
¡Pena de telescopio!, pues seguramente habría bastantes más cosas de las que vimos contando sólo con los prismáticos, que fueron, necesariamente, las cosas más evidentes: mucho ánade azulón en eclipse y unas cuantas zancudas de diverso pelaje (o plumaje), como varias espátulas comunes Platalea leucorodia, camino de África occidental...
... u otras tantas garcetas comunes Egretta garzetta, que seguramente pasen ya el invierno por la zona.
Lejos ya del agua, nos perdimos un poco por el mosaico de prados y bosques (más repoblaciones que otra cosa, vaya) de la zona, buscando algún herpeto apetecible: en especial alguna culebra, que siempre se venden caras, y alguna salamandra común, la "bestia negra" (y amarilla) de Álex.
No se dejaron ver ni unas ni otras, vaya, pero sí muchas lagartijas roqueras Podarcis muralis, tan confiadas como las de Gaztelugatxe, pero bastante más discretas.
¡Y un único lagarto verde Lacerta bilineata! Una hembra, que me hizo mucha ilusión porque es sólo el segundo que veo, y a la que precisamente sorprendimos intentando capturar alguna lagartija pequeña que llevarse a la panza. Siendo como era totalmente nueva para mis compañeros, compensó bastante bien la ausencia de salamandras del resto del día (y del viaje, me temo).
Y de valle en valle y de bosque en bosque, acabamos encontrándoos con elementos tan pintorescos como la ermita gótica de S. Pedro y S. Pablo, en Ibarruri; y muchos otros más. Todo muy verde y lozano, y al mismo tiempo cálido: ¡cómo se disfrutan estos veranos del cambio climático!
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