Aunque ya estamos de lleno en el otoño astronómico, y se nota ya que los días son bastante más cortos que antes de Navidad, el tiempo en Bloemfontein sigue siendo de los más veraniego: no tanto por las temperaturas como por las lluvias, pues sigue lloviendo aún casi a diario; se ve que lo que no cayó en octubre y noviembre nos lo estamos comiendo ahora... Y gracias a este abril de aguas mil, y al terreno mayormente arcilloso que tenemos por aquí, en varios de los lugares baldíos del campus han aparecido charcas temporales.
Algunas son simples carrizales donde apenas sí se ven aguas libres, y en los que han criado a lo largo de estos meses colonias de tejedores enmascarados y obispos rojos, cuyos machos (este de la foto aún se salva) ya han perdido en su mayor parte el colorido nupcial.
Otras más profundas en cambio, como esta, muy cercana a mi residencia del primer mes, sí se ven más despejadas. Y como es habitual allí donde hay agua, y más en zonas semiáridas como aquí, enseguida aparece la vida "de la nada".
Es acercarse al borde y a uno se lo comen los mosquitos, por ejemplo. Y a nada que se mira dentro de agua se ven chinches y escarabajos de agua de varias especies pioneras que viven así un poco a salto de mata, volando a charcas nuevas cuando se les seca aquella en la que están. Hay algunos odonatos también, caballitos del diablo y libélulas (como esta -creo- Crocothemis sanguinolenta), cuyas ninfas como sabéis son acuáticas.
Y prestas a picotear todos estos animalillos aparecen las aves también: ibis hadadas y avefrías armadas, que ya viven normalmente en el campus en terrenos más secos, e incluso aves buceadoras como esta pareja de zampullines comunes Tachybaptus ruficollis, que si hubiese un poco más de vegetación imagino que intentarían criar...
De todas formas, lo que más me sorprendió y alegró al salir a correr al caer la tarde, fue escuchar cantos de batracios; de varias especies que viven normalmente en tierra, como los sapos, pero que siguen dependiendo de estos encharcamientos para criar. Como el campus está relativamente aislado de otras zonas húmedas, y medio edificado y así; y además ni siquiera creo que estas charcas tengan agua todos los años, no esperaba que hubiese, pero el caso es que algunos días había escuchado el canto inconfundible, burbujeante, de las Kassina seneganensis. Lamentablemente no las vimos ayer noche al acercarnos Joaquín y yo, pero sí un sapo indeterminado que se me escapó...
... y centenares, miles de Cacosternum boettgeri, cuyo canto más similar al de un insecto que al de un anfibio (que no he encontrado por Internet, lo siento) sonaba por doquier. Y aunque escucharlos era fácil, estas ranas minúsculas (la de la foto es un adulto grande) que cantan desde debajo del agua, metidas entre la vegetación, son casi imposibles de ver; y me llevé un enorme alegrón cuando el habilidoso Joaquín le echó mano a esta de la foto...
... pues yo, con mi "red", la verdad no estaba consiguiendo grandes resultados. Y tampoco me sirvió de mucho para taparme en cuanto se puso a llover, ¡ay! ¡Menudo desastre de biólogo de bota...!
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