Inexorablemente, y sin que nadie se lo pidiese (cosas de Google y su vocación de vecina cotilla, me imagino), mi teléfono se ha dedicado a recordarme cada día que la fecha de la mudanza se acercaba, como si no lo tuviese ya en la cabeza a todas horas... Por no haber hecho las cosas a su debido tiempo esta última semana ha sido de lo más frenética, entre clases, estar en el laboratorio hasta bien entrada la noche, preparar maletas, paquetes y más paquetes, y todas las lacrimosas despedidas (¡con escapada exprés ayer a Monfragüe incluida!); pero por fin, mañana ya toca: si Dios quiere a las 8:45 despegaré de Madrid rumbo a Lyon, y desde allí el tren debería dejarme en Dijon a eso de las dos y veinte. Y desde tierras borgoñonas os escribiré la próxima vez...
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