Lo mejor del pasado fin de semana llegó cuando, en mitad de la senda de las cascadas del Hérisson, apareció en medio del camino este charco enlodado e insulso.
Mientras Vero y yo lo rodeábamos sin hacerle mayor caso, Raquel, bendita ella, se acercó, y tras ver lo mismo que vosotros en esta foto, nos llamó enseguida.
¡Al verla señalar algo que se movía en en agua del charco casi me da un vuelco el corazón! Y eso que yo sabía que el bicho que tantas ganas tenía de ver vivía precisamente en este tipo de ambientes... y con todo y con eso, a punto había estado de perdérmelo.
Os hablo ni más ni menos que del sapo de vientre amarillo Bombina variegata, uno de tantos anfibios centroeuropeos que no tenemos en España, y probablemente el que más ganas tenía de ver, por la pinta maja de sapete que tiene...
... y por supuesto por el llamativo color de su barriga, que le hace merecedor de un nombre común la mar de bien puesto. Color que, como suele suceder en estos casos, avisa al depredador hambriento de que nuestro amigo puede causarle una buena indigestión, si no algo peor.
Los sapos de vientre amarillo son una especie de batracio forestal especialista en explotar medios temporales como el charco de la primera fotografía. Son especies pioneras, de las primeras en aparecer en este tipo de ambientes de origen reciente, en los que se reproducen hasta que desaparecen, o hasta que otras especies de anfibio mayores y más voraces se asientan también allí, dejando menos sitio para ellos.
Esta especie recibe el curioso nombre francés de sonneur, "sonador": su canto no es particularmente potente, pero sí bastante musical. No llegamos a oírlos el domingo pasado, pero igualmente ya no se me borrará de la cabeza que fueron mi primer bimbo de 2016...
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