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He de reconocer que siento un cariño especial por los aviones comunes Delichon urbicum, aunque la verdad no sé de dónde me viene. Creo, de hecho, que es un sentimiento más bien de pena, que lo que siento por ellos es a la vez nostalgia y compasión, más que cariño: nostalgia, o sensación de vacío, poned el adjetivo que queráis; porque en mi casa nunca hubo uno de esos nidos de barro en el alero o el balcón, que estoy seguro que me habrían entretenido durante horas sin fin. Y compasión porque son unos bichos que continuamente me dan la impresión de estar desapareciendo: pocas son las colonias que conozco en las que no son más los nidos rotos y vacíos que los ocupados. Está luego que de vez en cuando se los encuentra uno en el lugar más absurdo: tres o cuatro nidos perdidos en el centro de la ciudad, sea en un balcón de la avenida de Rosalía de Castro en Santiago cuando estudiaba yo la carrera (ya ni estarán, igual...), sea en otro en mi calle ahora en Dijon... tres o cuatro nidos que siempre dan la impresión de ser los últimos de muchos, el hogar de las últimas golondrinas abnegadas que, cada primavera, siguen saliendo a buscar barro cada vez más lejos, al borde de una ciudad que no para de crecer, por mantener viva la memoria de la casa en que nacieron... ¡cuánto antropomorfismo! Pero es que, en verdad, me trasmiten pena. Y me descolocan: suelen ser a la vez de las primeras golondrinas que veo en primavera,o de hecho aún en pleno invierno (más de uno y de dos y de cincuenta he visto en Extremadura, en Talavera de la Reina, en Doñana... en diciembre y enero), y por otra parte las aves más tardías en llegar a esas pocas colonias urbanas olvidadas que os digo, como si cada año les apeteciese menos volver. Aves que me descolocan por el timbre metálico y casi artificial de su reclamo, y porque además al mirar al cielo buscándolas resultan a veces casi invisibles contra el fondo iluminado, con esa barriga nívea que tienen. Y aves por fin que me hacen mucha gracia, con sus pequeñas patitas emplumadas y no desnudas, como si nunca se quitasen los mitones. Qué bichos más curiosos...
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