Trascurridos justo ocho meses, un desquiciado ha hecho que me acuerde de lo que escribí de aquellas. Y que me acuerde de la manifestación del 12 de marzo, viernes por la tarde, cuando ya quedaban pocas dudas de quién había estado detrás de los bombas de los trenes y empezaba a respirarse el mal ambiente que aún nos dura en España. En medio de la Plaza del Obradoiro, llena a reventar, de donde no hubiera podido salir sino a duras penas aunque hubiese querido, fui de repente consciente de eso y me entró un ataque de pánico, unas ganas locas de salir corriendo, que por suerte (y por imposibilidad física) duraron apenas un instante. Por un segundo, habían ganado... pero espero que ya nunca más.
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